Inenarrable, inconcebible, inclasificable...
Extraño bochorno el que se puede experimentar frente a esta coproducción
argentino-española que cuando pretende hacer reír, es de llorar. Y viceversa, claro. Es
cierto que la primera peli de Marcos Carnevale (Noche de ronda) no daba para
esperar grandes realizaciones fílmicas de este director y guionista. Pero he aquí que la
comedia con toques melodramáticos que nos ocupa, que se pretende desprejuiciada y algo
así como post-almodovariana (roguemos al santo cielo para que el autor de La flor de
mi secreto no la vea jamás), supera los más negros presagios. Ya en los papeles, el
engendro es de un esquematismo torpe y, dándoselas de progre y más allá del bien y del
mal, resulta en última instancia reaccionaria por la manera estereotipada de presentar a
los gays (penoso Antonio Gasalla), de jugar con la exhibición de lesbianas picaronas en
la bañadera o de ofrecer una burda representación de la mujer a cargo de un Jorge Sanz
supuestamente operado por amor...
Lo insólito es que en una realización
como esta, tan impresentable que ni los valijeros de antaño en pos de cualquier estímulo
sexual soportarían, esté implicado un elenco de nombres de cierto prestigio como Sanz
(brillante en La niña de tus ojos), Loles León (que se lució en Atame
y aquí está más cerca de Esa maldita costilla), Silke (todo un ícono
para los españoles) y, entre los locales, Leticia Bredice (de Cenizas del Paraíso
a este producto hay un abismo insondable) y el mismo Gasalla, sin duda un actor dotado y
creativo que aquí, lloriqueando enfáticamente con el maquillaje tipo Edith Piaf
chorreándole por las mejillas, se pasa de patético... Pletórica de situaciones
forzadas, inverosímiles aun dentro del género cómico, ramplona para tratar los asuntos
sexuales, Almejas y mejillones es un despropósito inefable cuyo único mérito
digno de destacar es la luminosa fotografía de Alfredo Mayo.
Moira Soto |