El segundo film de Nick Cassavetes (hijo del célebre
John y Gena Rowlands) es una estupenda comedia dramática que revela la singular capacidad
de este director para combinar los tonos.
Todo empieza con un hombre y una mujer
enamorados. Eddie (Sean Penn) es un borracho inmanejable, tendiente a protagonizar
escándalos violentos en cualquier parte. Maureen (Robin Wright) no es mucho más sana, y
lo seguiría hasta el fin del mundo si no fuera porque los desmanes de él y más
que eso lo conducen a una larga temporada tras las rejas de una institución
psiquiátrica.
Lo que resta, que es por lejos lo
mejor, tiene lugar diez años más tarde, cuando Eddie sale libre y procura reconquistar a
su antigua amada. Es que la chica tiene nuevo marido (John Travolta), familia y una de
esas vidas "que desearía cualquier mujer" (para más datos, en un barrio paquete
que es lo más opuesto a los bajos fondos que enmarcaron su romance con Eddie). Pero
Maureen no es cualquier mujer...
Cuando vuelve el amor tarda un
poquito en arrancar, pero cuando lo hace se pone cada vez más jugosa, siguiendo
un periplo emotivo que es inverso al de la mayor parte de las películas. Las actuaciones
son insuperables. Y la hipocresía, el desgarro, la comprensión y los celos que bordean
al amor desfilan con admirable fluidez, confirmando a este Cassavetes entre los
pocos directores que transitan sobriamente, y hasta con maestría, el camino que lleva de
la risa al llanto.
Guillermo Ravaschino
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