Harmony Korine (guionista y actor de Larry Clark
en Kids) detrás de cámara es como un Frankenstein desencadenado: su furia
narrativa (que los rígidos mandamientos del Dogma 95 no terminan de contener) alcanzan a
la imagen misma del film, que desborda de colores y de formas. La historia de esta
"familia muy normal" norteamericana resultaría aburrida y redundante (otra vez
el recurso de mostrar el lado negro del american way...) si no fuera por la
frescura de las improvisaciones de Werner Herzog (¡sí!: el alemán que dirigió Fitzcarraldo
y Aguirre, la ira de Dios) y por la magnífica interpretación de Ewen Bremmer, que
le valió el reconocimiento del jurado como mejor actor en el segundo
Festival de Cine Independiente de Buenos Aires.
Bremmer es Julien,
un joven débil mental que irremediablemente absorbe la alta cuota de neurosis que su
familia genera. La trama, que parece más bien propia de un cortometraje, se completa con
escenas de diferentes ambientes en los que Julien se divierte y se fascina: una ceremonia
religiosa gospel, un campeonato de patinaje sobre hielo, un campo repleto de flores. Como
tantos films que se encuentran en el ojo del huracán independiente, Julien Donkey Boy
se perfila como un bello ejercicio creativo. Demasiado
presionado, acaso, por la mirada hipercrítica del snobismo.
Máximo Eseverri |