Con
Solaris
Andrei Tarkovski entra en un club que tiene pocos socios: el de los
cineastas que lograron
convertir a una novela genial (en este caso la escrita por el polaco Stanislaw Lem) en una película
magnífica, cambiando poco y nada del trazado original.Una lejana base espacial, plantada enfrente de la nebulosa Solaris, es el
centro de un puñado de fenómenos inexplicables. Los que fueron y volvieron están
turbados, con un pie en la locura, y poco puede inteligirse a partir de lo que cuentan los
que están allí. Lo que sabrá Kelvin el psicólogo enviado a investigar es que Solaris
materializa
ciertos deseos íntimos (incluso inconscientes y aun inconfesables) de los que se le
aproximan. El efecto es natural, o cósmico, pero enfrenta a cada uno con los temores y terrores agazapados
en lo más profundo de su humanidad. De la noche a la mañana, alguien se verá paseando
de la mano con un niño. Otro despertará con la mujer que amó (y perdió) a su
lado, dentro de
su propia cama.
¿Se pueden asumir las consecuencias de semejantes
alteraciones? ¿Se puede convivir con ellas o son meros espejismos a los que hay que
liquidar? No todos los agonistas responderán ni
sobrevivivirán
a esta pregunta. Solaris también puede verse como una monumental
parábola acerca de la adaptación humana a circunstancias límites. Eso la
hace universal, intemporal, única.
Guillermo Ravaschino
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