Ellos son cinco amigos de clase media, definitivamente más comprometidos con sus ideas
que aquellas personas a las que habitualmente se define como progresistas. Y están
destinados a comprometerse cada vez más. La cosa empieza cuando deciden invitar a cenar a
la casona que comparten, cada tantos días, a siniestros representantes de la derecha,
fuere política, cultural, socio-económica o religiosa. Uno tras otro, a su debido tiempo
sucumbirán ante el plato fuerte de la casa: una pequeña dosis de cianuro
suficiente para instalarlos definitivamente en el infierno (a no asustarse, que narré lo
que ocurre a poco de comenzado el film).
Cada cena, por lo demás, se constituye
en un delicioso manjar para el apetito cinematográfico. Los diálogos están a la altura
de los mejores y no son muchos títulos estadounidenses estructurados alrededor del humor
político. Las sobremesas están jalonadas por hondos lances de duelo verbal, especie de
juicios sumarios a las variopintas iniquidades de los huéspedes (¡que no son tontos!).
Los protagonistas se entregan a las polémicas con perspicacia y tenacidad, sin perder
nunca la simpatía ni las formas.
Después de unos cuantos crímenes
surgen las contradicciones en el grupo, debilitando la posición del clan frente a sus
futuras víctimas. La última cena no se limita a apoyarse en ello para tomar
vuelo como thriller, sino que despliega a partir de aquí un colorido abanico de
psicologías y matices. Allí puede verse que el compromiso de la directora Stacy Title
con sus personajes es tan profundo e impredecible como el de estos con sus ideas.
Guillermo Ravaschino
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