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A TODO O NADA
(All Or Nothing)

Gran Bretaña, 2002



Dirigida por Mike Leigh, con Timothy Spall, Lesley Manville, Alison Garland, James Corden, Ruth Sheen, Marion Bailey, Paul Jesson
, Sam Kelly.



Los títulos de A todo o nada están impresos sobre un largo plano pesado, perfectamente abrumador, que funciona como núcleo emblemático de todo el film: una muchacha gorda y descuidada pasa un trapo enjabonado por el piso de una habitación una y otra vez, sin salir nunca del todo del cuadro, enmarcada por un pasillo. Tras ella, avanza una vieja. Presente y futuro sin salida.

Mike Leigh –quien acaba de ganar el León de Oro en Venecia con su última Vera Drake– incursiona nuevamente en el terreno que mejor conoce: las desdichas de la clase trabajadora de los barrios bajos de Londres, en un degradado complejo de viviendas económicas. Allí viven los personajes del film, todos aquejados por la misma insatisfacción, aislamiento e incomunicación. Phil (Timothy Spall) conduce su remise sin dedicarle mucho interés ni horas de trabajo. Para llegar al fin de semana, debe recurrir a los monederos de su mujer, cajera en un supermercado, y de su hija obesa, empleada de limpieza en un hogar de ancianos. Su hijo, también obeso, se dedica a ver la televisión, comer y pasear su malhumor y agresividad por la vida. La depresión y fragmentación no son privativas de esta familia, pues sus vecinos tampoco tienen vidas felices: embarazos de adolescentes, novios golpeadores, madres y padres alcohólicos, enfermedad. Tampoco a los negros –que ocupan los puestos del poder– las cosas les van mejor, ni los pasajeros de Phil se salvan del sufrimiento cotidiano. Sólo la vecina Maureen (Ruth Sheen) pone en el cuadro una pincelada de optimismo, aunque su vida no llega a ser un jardín de rosas.

Sin llegar a los extremos del descarnado nihilismo de Naked, Leigh presenta una vez más una sociedad desconectada. Como en Secretos y mentiras y La vida es formidable, disecciona la crisis de la fragmentada sociedad inglesa posmoderna en el seno de la célula familiar. La familia entonces como primer nivel, el edificio donde habitan varias de ellas como segundo, y así se abre a otros planos de la sociedad. En este caso, lo único que echamos en falta es su habitual humor.

Leigh dibuja magníficos retratos de la clase baja de Londres en esas tres familias en las que la desesperación deviene progresivamente abrumadora hasta el límite de lo tolerable. Lo logra con un elenco formidable, y prueba una vez más su talento para dirigir actores: Spall –quien actúa en casi todas sus películas, en una gama muy amplia de personajes– da el tono perfecto para el abandonado Phil, con su modo dubitativo, su dificultad para encontrar la palabra justa, su mirada siempre alelada, y transmite con todo el cuerpo su resignación y falta de autoestima; Lesley Manville –otra presencia frecuente en sus films– ha sido justamente premiada por su sensible interpretación de a esposa desdichada que parece no cesar de cuestionar su lugar es ese hogar equivocado ni de preguntarse en qué momento todo se ha perdido. La escena de clímax que sostienen ambos, él con la catarsis de sentimientos largamente reprimidos, ella en su mudez elocuente y contenida, pasará a la antología de Leigh. Daniel Mays como el novio golpeador lleva su violencia hasta la exasperación del espectador, y Alison Garland como la hija transmite durante todo el film la angustia de su encierro emocional. Todos los trabajos de Leigh (largometrajes, películas para la televisión y puestas de teatro) atraviesan un largo período previo que él llama "de búsqueda" con los actores; un proceso de varios meses de ensayos, improvisaciones y elaboración individual de cada personaje, anterior a la escritura definitiva del guión. De manera que a la hora de filmar, cada uno desarrolla distintos estilos de actuación en un rango de libertad que permite la improvisación. Esas diferencias en los matices interpretativos logran un mayor realismo y profundidad en estos retratos en los que se juegan la dignidad, autoestima, resentimiento y amor postergado, dejando el sabor de una falsa esperanza.

Josefina Sartora      

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