¿Por
qué será que el cine indie yanqui necesita contar estas historias?
¿Ya nadie puede ser feliz, y no digo para toda la vida sino así, un poco, de
a ratos, como se estila y se vive (que la eternidad es sólo para los
muertos)?
Closer
pero con hijos, que tampoco es tan distinto. Se los abraza, se llora (por
uno, creyendo que por ellos), se los convoca en momentos en que ya no hay
qué decir que no se entienda en las conversaciones de los adultos –que viven
una adolescencia desfasada– y no más.
Dos parejas:
Edith (Naomi Watss) y Hank (Peter Krause) y Terry (Laura Dern) y Jack (Mark
Ruffalo). Ellos, profesores y amigos. Ellas, amigas. La infidelidad que se
cuela como el deseo movilizante en una vida rutinaria. Sólo que en este
film, premiado por su guión (basado en dos cuentos de Andre Dubus) en el
Sundance Film Festival, podemos observar cómo lo otrora novedoso se ha
vuelto clisé, y cómo lo que John Cheever –por ejemplo– supo plasmar en
literatura como estilo, en el cine de John Curran se vuelve fórmula.
Desatinos a
granel: la música grandilocuente; esa especie de flashback
innecesario y repetitivo que muestra la relación sexual entre Ruffalo y
Watts; la voz en off del personaje de Ruffalo, conduciendo el relato y
haciendo caso omiso de la intención que el mismo director enuncia de
sostener los cuatro puntos de vista de cada personaje; un color anquilosado
y viejo...
También,
aciertos: la continuación de las líneas de diálogo en escenas que muestran
ese mismo instante en la vida de los terceros en este cuadrilátero; no
explicar demasiado psicológicamente las acciones; los inserts de la
barrera del tren y su paso; los constantes paseos por determinados lugares,
de ida y vuelta, en bicicleta o en auto, corriendo o caminando, solos o
acompañados que realizan los protagonistas, resignificándose.
Hay cierta
tensión constante, que suspende o crea suspenso, pero que a la larga no pasa
de un artificio, de una manera de renovar el "género" en el que se inscribe
el film. Es que se nota demasiado.
Película de
actores –dos de los cuales son sus productores–, Adulterio encuentra
en ellos sus logros más notorios. Igual sorprende, o no tanto, que el
reparto femenino sufra las humillaciones, cargue con las culpas y, a pesar
de sus supuestos finales felices, no logre escapar de un mundo que las
quiere bellas, puras y eternamente dependientes. (A no dejarse engañar: dar
segundas oportunidades a determinadas relaciones o volver a casa de los
padres cargando un hijo y varias frustraciones a cuestas no son finales
y mucho menos felices.)
No me gusta
hablar de lo que no fue, pero hay una cierta perversión en Edith y Jack, que
(¿para exculparse?) fuerzan el adulterio de sus respectivos cónyuges y crean
una situación que la película abandona casi inmediatamente, aunque podría
haber devenido en algo más interesante que estos conflictos correctos y
lavados de (y para) burgueses con tiempo de más, y sangre de menos.
Javier Luzi
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