En 1997, la cámara de Richard Dindo se convierte en juez. Ese año el
documentalista suizo (Ernesto Che Guevara, El diario de Bolivia)
decide llevar a cabo un juicio moral cinematográfico para reivindicar a un
hombre (y un nombre): Paul Grüninger, el capitán suizo que había sido
deshonrado más de cincuenta años antes, en un juicio "legal".
La historia del Grüninger heroico
comienza a fines de la década del ’30, cuando desde su posición de
relativo poder este capitán evita la muerte segura de tres mil judíos. Su
labor consiste en desobedecer las leyes y permitir que miles de refugiados
austríacos, que escapan del avance nazi sobre su país, permanezcan en
Suiza, bajo su jurisdicción. Meses después del inicio de estas operaciones
"ilegales", las autoridades suizas descubren el accionar de
Grüninger y lo inculpan por falsificar las fechas de ingreso de los judíos
para, de esa forma, legalizar su permanencia en Suiza. Luego del juicio que
se lleva a cabo en la ciudad de Saint Galloise, el capitán es eliminado de
la fuerza policial, le retiran su salario y, de allí en más, las
autoridades suizas se ocupan especialmente de que no vuelva a conseguir un
empleo en la administración pública. Empobrecido, triste, vendiendo
impermeables, seguros de vida, o lo que fuera, Grüninger sobrevive hasta
1972.
La originalidad del planteo de Dindo
proviene de la forma en que nos presenta la historia de este hombre que
primero fue héroe, luego culpable y finalmente, un mártir. En la misma
sala en que fue juzgado Grüninger, el director reúne a los sobrevivientes
que él salvó de la expulsión, e inevitable muerte. Dindo los pone ante la
cámara, los interroga, los enfrenta a los fantasmas del pasado y los obliga
a evocar a su salvador.
Lo más impresionante de esta propuesta
de reconstrucción histórica es que quienes la llevan adelante son
ancianos. No hay un plano del film que muestre a un ser humano con menos de
70 años. Esta circunstancia, sumada a los testimonios de cada uno de ellos
(que comparten el terror, la oscuridad y el frío hasta cruzar la frontera,
la pérdida de la juventud no vivida y la soledad de haber
perdido a todos sus familiares), resulta por demás conmovedora.
La sala del juicio es el escenario
dominante. Hasta allí, Dindo los lleva a todos, incluso a aquellos que no
pudieron estar personalmente: su cámara-juez surca el espacio
recogiendo testimonios de supervivientes que desde Estados Unidos o Bruselas
recuerdan la bondad de ese hombre justo. Y también surca el tiempo, para
mostrarnos al propio Paul Grüninger, viejo como los testigos, compareciendo
en su último y quizá más sentido juicio: un telefilm suizo centrado en su
persona. Allí se le pregunta a Grüninger si, sabiendo las consecuencias,
volvería a ayudar a los refugiados. El hombre, a pesar de las privaciones y
humillaciones sufridas por más de 30 años, no duda. Por supuesto que lo
volvería hacer, así se lo señala su conciencia.
Eugenia Guevara
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