En plena oscuridad nocturna un bote se desliza por el río y de él desciende
un hombre. Cuando llegue a los lindes del pueblo (La Paz, Entre Ríos) se
detendrá en el bar del lugar. Local de expendio de bebidas, sitio de acceso
a la música y reducto del amor de pago. Allí conocerá a Amanda (revelación
en presencia y voz de Gabriela Moyano) y su mundo femenino; un matriarcado
que recibe al Otro. Algo entonces nacerá entre ellos.
Con un comienzo
atrapante, un trabajo con las luces y las sombras (y después con los
colores) que sorprende y unos diálogos que dicen lo justo y se apoyan en el
silencio, este film sabe trabajar lo desconocido como tensión e intriga.
Hasta que la puesta en escena de “El jangadero” (en bellísima grabación de
Liliana Herrero) se vuelve un videoclip que marca un quiebre evidente en la
película. A partir de este momento, las canciones –como en los numerosos
musicales que en cierta época del cine argentino funcionaron como promoción
de los artistas que las discográficas tenían en sus catálogos– se impondrán
por sobre aquella narración tan bienvenidamente seca y pequeñita que
nos había atrapado, y ya no habrá nada por decir que la música y la letra no
expliciten de manera burda.
Javier Luzi
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