Si los asesinos seriales
siempre despertaron el morbo de la sociedad alimentado (o fabricado) por los
medios de comunicación, qué no se esperaría de una pareja criminal que hasta
se animó con la muerte de algún niño. Tercera revisión cinematográfica
(antes estuvieron la ya clásica The Honeymoon Killers y la impiadosa
e inquietante Profundo carmesí de Arturo Ripstein) de la verdadera
historia de Martha Beck y Raymon Fernandez que en los Estados Unidos del '40
cometieron mas de 20 asesinatos hasta que la policía los atrapó y la
Justicia los condenó a la pena de muerte.
Ray (Jared Leto) es un
vivillo que enamora a mujeres maduras, solas y especialmente adineradas para
luego despojarlas. Cuando conoce a Martha (Salma Hayek), la atracción mutua
los convertirá en cómplices en un juego de engaños y timos que –empujado por
los celos de ella y la poderosa influencia que sobre él ejerce– se volverá
mortal. En paralelo, los investigadores policíacos Buster Robinson (un
grande, en aspecto y actuación, John Travolta) y, quien resultará el
narrador de la historia, Charles Hilderbrandt (James Gandolfini) tratarán de
hallar a los culpables mientras la trama de la vida del primero busca
resolver otros problemas más privados pero no por ello menos desoladores (el
suicidio de su esposa, la relación con su hijo adolescente, el affaire
oculto con una compañera de trabajo).
Amores asesinos
se permite algunas "licencias poéticas". La mayor pasa por la belleza
inocultable de Salma Hayek y la apostura de Jared Leto (que tampoco se
desvanece demasiado tras el maquillaje de calvicie ni el uso del peluquín).
Por lo demás, el film saca del centro a la pareja criminal y focaliza la
trama en la investigación y los que la llevan adelante. Esto permite que
todo lo que tiene que ver con las explicaciones psicologistas, a las que son
tan propensos los films hollywoodenses, se descargue de alguna manera sobre
los policías sin "resolver" la cuestión de qué llevó a los criminales a
obrar de tal o cual forma, lo que se agradece. Claro ejemplo de esto es la
conversación casi final que mantienen Martha y Buster.
Vestida de film noir, entre las brumas de las noches, las luces
cenitales, los cigarrillos, los pilotos, las muertes despiadadas, la
película se permite algún rasgo de humor (negro, pero humor al fin) y deja
en evidencia que su preocupación es sembrar de desazón y angustia todo el
ambiente (claro que guardando las formas de lo mostrable y sin llegar a los
extremos ripsteinianos).
No
sólo los criminales tienen su culpa y arrastran pecados, apenas son como un
grano de pústula que evidencia el malestar interior de una sociedad enferma.
Hay un detalle que se torna demasiado evidente para que no se vuelva signo:
el vestuario, por lo menos el de los hombres, es unos talles más grande de
lo que debería, y los trajes les quedan notoriamente holgados; la ropa no
está hecha a medida, como si en ese vestir así más que despreocupación
hubiera una humanidad disminuida, un desajuste entre lo que se es y lo que
culturalmente nos convierte en lo que somos, o aparentamos, como si la
diferencia quisiera resaltarse y llamar nuestra atención. Y por si fuera
poco ni el castigo consigue paliar el quiebre que "el mal" introdujo en el
cuerpo social. Esto lo sabemos, pero que un país que aún sostiene la pena
capital lo vea en sus pantallas, aunque ya se haya dicho antes (Mientras
estés conmigo, Capote, Infame, por nombrar sólo algunos
títulos), es siempre una elección bienvenida.
Narrada con fluidez, muy bien actuada, con una bella fotografía, una buena
reconstrucción de época y musicalización, Amores asesinos se deja
ver. Y como nota al pie sólo me resta comentar que el director y guionista
Todd Robinson es el nieto en la vida real del personaje que encarna
Travolta.
Javier Luzi
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