Juana
(Erica Rivas) es actriz. Egocéntrica e insegura. Con imprevistos ataques de
furia y de a ratos extremadamente vulnerable. Un poco afecta a la bebida.
Madre de Lili (Miranda de la Serna), una pequeña que se las trae, y esposa
de Román (Nahuel Mutti), un director de cine de culto, algo "volado", que
tiene un nuevo proyecto en danza y cuyo guión aún escribe tratando de
superar un bloqueo creativo. Juana está a punto de estrenar una obra de
teatro en el San Martín y ese fin de semana previo en la casaquinta, hogar
de la pareja, lejos del mundanal ruido, se desatará la consabida lucha de
egos en cada instancia que se suceda: una entrevista, una cena con amigos,
la convivencia diaria.
Santiago
Giralt filma Antes del estreno con cámara en mano, con primeros
planos emocionales o siguiendo a los personajes, en redundantes caminatas,
de espaldas, y en planos-secuencia que le permiten abandonar a unos por
otros en el trayecto. Pero el uso puede tornarse abuso de tanta repetición,
como los ralentis que aplica en varios momentos.
Engaños e
infidelidades que claramente exceden el coqueteo y el histeriqueo,
fragilidades y roles fluctuantes en la pareja que afectan el trabajo y la
economía hogareña, la soledad de los artistas al cuadrado, el afuera invasor
e invasivo, se exponen con la crudeza de la vida filmada, o sea del clisé de
la ficción.
Rivas
consigue con toda su potencia actoral romper el esquema estereotipado que
aqueja al guión en general y a las actuaciones en particular (y su hija en
la ficción y en la vida real, también), pero cierta seriedad en la
puesta y en los parlamentos, que lamentablemente sólo recurren al humor en
pocas ocasiones, envaran a un film que viene enmarcado en su comienzo con
una frase de Bergman y al final con "a la memoria de John Cassavetes" (en
cuya Opening Night se inspiró Giralt). Un poco de ese aire que de a
ratos se cuela en imágenes gracias al jardín boscoso de la quinta no le
hubiera venido nada mal a esta película correcta.
Javier Luzi
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