W. Somerset Maugham escribió que la desdicha envilece a los hombres,
contrario al lugar común que ve en los sufridos a personas que
comprenderán a todos los demás sufrientes. Antigua vida mía, una
coproducción argentino-española, film del prolífico Héctor Olivera,
empieza con el asesinato de uno de los envilecidos, Eduardo (Juan
Leyrado). El espectador descubrirá la causa del crimen durante el racconto
que Josefa (Ana Belén), famosa cantautora española, desencadena al
encontrar un diario personal en la casa de su amiga y pareja de Eduardo,
Violeta. Cuando la trama retorne al punto de partida, cuando el racconto
termine, sabremos que Violeta mató a Eduardo (escritor alcohólico y
golpeador que perdió a su familia en un accidente) al defender su tan
deseado embarazo, y habrá una pregunta nueva: ¿qué pasó en realidad la
noche del crimen? Valiéndose de su fama y esposo, un abogado interpretado
por Jorge Marrale, Josefa tratará de evitar que su amiga sea condenada.
El argumento, marcadamente
melodramático, se reserva una vuelta de tuerca que reordena la historia (denouement
en la terminología cinematográfica: la caída del anillo en Sexto
sentido, la mirada sobre los objetos de la oficina en Los
sospechosos de siempre). Si el director hubiera intentado un
acercamiento menos transitado, una puesta en escena alejada de lloriqueos,
sería soportable; qué puedo decir si se relame en los besos y los
abrazos de dos amigas durante todo el film, si presenta a una Cecilia Roth
continuamente emocionada, si hace de la película algo tan
digerible y obvio que molesta, hasta que en lo formal parezca,
especialmente en los primeros minutos, un corto de principiante.
El guión está basado en la novela
homónima de Marcela Serrano, escritora chilena exitosa (el título Antigua
vida mía es una dilogía; interpreto la tristeza de sumar penas en
esta existencia y, a la vez, la celebración de La Antigua, Guatemala,
pueblito adonde viaja Violeta para visitar la tumba de su madre y que
ganará importancia en el desarrollo del film). Los guionistas Angeles
Gonzáles-Sinde (Goya por La buena estrella) y Alberto Macías
estropean la trama, y complican a los actores, con diálogos poco lúcidos
en situaciones ya de por sí comprometidas (luego del crimen, un policía
permite que Josefa se lleve el diario personal de su amiga, indispensable
para cualquier investigación... a cambio de un autógrafo).
Otro punto débil es el uso de la
música incidental para resaltar los momentos melodramáticos, que
son muchos (en general coinciden con las vueltas o puntos de giro de la
trama), un insistir una y otra vez en lo evidente, en la emoción a flor
de piel, hasta que nos aburramos de tanta catarsis a gatillo fácil.
Los actores están bien (más
Stanislavsky que nunca), particularmente Jorge Marrale que personifica a
un esposo de gestos creíbles. Cecilia Roth y Ana Belén sacan partido de
sus pechos; Cecilia mostrándolos todo el tiempo y Ana sugiriéndolos sin
corpiño bajo la ropa. Las únicas ambigüedades del film son los
encuentros de Violeta con Emilio (el mexicano Odiseo Bichir), cuya
enigmática expresión parece guardar un secreto mucho más terrible que
el que nos terminan revelando. Alfredo Casero es un agente de Josefa que
ni corta ni pincha.
La trama se debilita más cuando
Olivera intercala a Josefa cantando el tema que le dedica a Violeta
(Altman en Ciudad de ángeles y Allen en Annie Hall supieron
hacerlo mejor: la intérprete no canta una apología, la canción está
ahí y podemos asociarla con el destinatario que más la
"necesite" en la trama).
Conviene preguntarse si se trata de
una película sobre mujeres, y entonces recordar las interesantes
anécdotas que estructuran a ¿Soy linda?, de Doris Dörrie, y la
ambigüedad razonada que frecuenta Jane Campion (dos directoras que saben
enriquecer el contenido con apuestas formales).
En fin, algunos espectadores se
sentirán desdichados, y volverán a sus casas más envilecidos que antes.
Adrián Fares
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