El tercer
documental de Solanas sobre la Argentina forma parte de esa n-logía
(van tres y se viene una cuarta, pero Pino parece con ganas de ir por más)
que se inició con Memoria del saqueo y continuó con La dignidad de
los nadies. Como para todos los argentinos, la crisis del 2001 marcó un
punto de inflexión en la carrera de Solanas, que lo llevó a sacar la cámara
a las calles y documentar el estado de las cosas. En Argentina latente,
el director se muestra interesado en rescatar, con esperanzador optimismo,
las capacidades y voluntades ocultas de nuestra comunidad científica,
universitaria, docente y trabajadora. "Si se pudo, se puede" nos dice desde
el afiche. Pero ese "se pudo" no se agota, como podría imaginarse, solamente
en el primer peronismo o en su propia participación política reciente. Desde
la Revolución de Mayo y el cruce de los Andes, hasta los últimos desarrollos
en tecnología satelital y la concepción horizontal de la división del
trabajo en una fabrica recuperada: toda nuestra historia, nos dicen Solanas
y sus fugaces protagonistas, está plagada de ejemplos del "se puede". Un se
puede digno y entusiasta, lejos del tristemente célebre slogan de aquella
campaña de Angeloz.
¿Qué es un
documental en el siglo XXI? ¿Cuál debería ser su forma, su ética, su
acercamiento a la realidad? Podríamos discutir extensamente sobre las
posibilidades actuales del género y los caminos por los que transita, pero
este documental no parece otorgarnos la ocasión precisa. Solanas es un autor
consagrado desde hace mucho tiempo y su interés principal no pasa por
preguntarse por el sentido estético sino por despertar el debate político.
Se nota desde el principio: cuesta acostumbrarse al tono didáctico que su
voz, en off, le imprime a la película. Por suerte esta herramienta
narrativa, tan usual en el formato televisivo que adopta el film, se hace
cada vez más breve y espaciada a medida que transcurre el largometraje. El
director tampoco reflexiona sobre la aparición de su propio cuerpo en
escena. Se deja ver en breves oportunidades, y el sentido drámatico de su
corporalidad es aleatorio: puede aparecer para dar un abrazo a un
entrevistado quebrado por los recuerdos de la dictadura militar, o sentarse
en una mesa ejecutiva a dialogar con un científico, pero también opta por
mantenerse ausente en situaciones similares.
Tampoco le interesa
valerse de las reglas genéricas de la ficción: su viaje por el territorio
nacional no es una road-movie porque carece, justamente, de viaje. Las
viñetas se encadenan por elipsis y el recorrido se nos escamotea. El interés
que despierta la pareja protagónica del episodio de los Astilleros Río
Santiago, un par de amigos fieles e inseparables que atravesaron con coraje
y dolor la dictadura militar y el intento de privatización durante el
menemismo, proviene directamente de las buddy-movies, y si bien Solanas
parece notarlo, rápidamente abandona el relato personal para volver a la
mirada política, más general.
Lo que persigue
este cineasta es la posibilidad de cambiar la mirada cultural que los
argentinos tienen sobre sí mismos, especie de mentalidad colonial que los
llevaría a pensar que este país no es capaz de mejorar porque la corrupción,
la falta de cultura y de capacidad se lo impiden. Por eso no se detiene más
que lo necesario en los distintos focos de atención; ningún tema es
profundizado lo suficiente como para que lo comprendamos en su
especificidad: por ejemplo como trabaja un reactor nuclear, o qué pauta
siguen los trabajadores de una fábrica tomada en su organización laboral.
Basta con que quede definido en una línea de diálogo. Incluso en ocasiones
ese diálogo está editado sin importar que su entonación indique claramente
que la oración continuaba y fue cortada a la mitad. Alcanza con la mención
mínima de lo que Solanas quiere, a través de sus entrevistados, que demos
por sentado, como para que podamos pasar a lo que verdaderamente le interesa
comunicar al director: que se puede tomar las riendas de una economía hoy
entregada, que hay una modalidad de industria distinta de la que proponen
las multinacionales, que hay recursos naturales y humanos para salir
adelante, y que solo falta voluntad política empujada por un pueblo que crea
que se puede recuperar la soberanía y salir adelante.
Hay que decir que
por momentos Solanas logra convencernos. Sus trabajadores son lúcidos y
laboriosos, han recuperado su dignidad. Sus jóvenes son inteligentes y
creativos a la espera de un espacio que los incluya. Sus gremialistas
honestos y corajudos, preparados para dar batalla contra el avance
multinacional. Sus científicos capaces y pujantes, a la altura de sus
colegas del primer mundo. Sus docentes cultos y agudos, decididos a no darse
por vencidos frente a la pobreza de recursos y la marginalidad de sus
alumnos.
Pino
imprime a su mirada una dignidad que emociona, sin caer en el golpe bajo ni
extenderse en el sentimentalismo de ciertos noticieros televisivos. Y sus
protagonistas son reales, una obviedad que en su argumentación es vital.
Existen aquí, en Argentina, y han logrado lo que para muchos es un
imposible. Solanas, cineasta militante, con algunas limitaciones formales
pero un ojo atento y reflexivo, sabe estructurar su visión para
identificarnos con ella. Y es capaz, sutilmente, de trazar la historia de
triunfos y derrotas que atraviesa a los argentinos a lo largo de su
Historia. De recordar la influencia de la inmigración europea en el ser
argentino; de acercarse a ese miedo también latente que dejó la
represión militar; de reflejar el premeditado vaciamiento que nos legó la
economía liberal. Y a partir de ahí, apuntar directamente al corazón de
nuestro presente.
Si bien la
última secuencia se presenta forzada por su súbita expansión del problema de
"lo argentino" a "lo latinoamericano", por su grueso patriotismo
–con bandera
gigante incluída–
y su enumeración literaria y apurada de héroes locales, lo que Solanas
quería decir ya estaba dicho en las escenas precedentes. Y si su mención al
gobierno kirchnerista incluye "lo bueno y lo malo", es porque el director
nos invita a creer. Creer como nación, no como partido o gobierno. Este cine
militante de Solanas busca potenciar el despertar político de la clase media
que capturó con su cámara durante los cacerolazos del 2001, para que ejerza
su poder presionando sobre el gobierno de turno. Solanas ya no elige creer
en un gobierno... elige creer en nosotros. Y esta enorme responsabilidad se
nos transfiere digerida a través de sus héroes anónimos, aquellos que la
sostienen día a día, a espaldas de la mirada mediática de un país sin
solución.
Ramiro Villani
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