Antes de entrar en digresiones,
me gustaría dejar claro que la película animada Atlantis es
entretenida, de argumento simple y engalanado con graciosas peripecias,
con algunos momentos bellos. Si tiene un hijo despierto, invente alguna
excusa para acompañarlo o, simulando hastío, déjese llevar. Ahora
sigamos.
De los reinos perdidos, quizás el más
renombrado sea el de la Atlántida. Unos 9000 años antes de Solón (c
640-559 aC), el primero que los nombra, los atlantes eran poderosos, con
una organización política ideal y una civilización avanzada. Enojados
los dioses por las pretensiones de los atlantes, hundieron la isla para
siempre. Antes que aparezca el título de esta nueva producción de
Disney, vemos cómo la Atlántida sucumbe y una luz celestial arranca a
una mujer, abduciéndola como en las historias de platos voladores, del
abrazo de su hijita.
Sobre la Atlántida, Platón relata que Critias
fue informado de la existencia del reino por su abuelo, a quien la noticia
le había llegado de su padre. Así se transmiten las leyendas y de esta
manera continúa la película, con el torpe lingüista y cartógrafo Milo
–voz de Michael J. Fox–, añorando la Atlántida que su abuelo buscó
toda la vida y explicándonos su descabellada teoría: el reino se
encuentra en Islandia.
Con el Libro del pastor bajo el brazo partirá
Milo, junto a un explorador contorsionista –compañero de aventuras de
su fallecido abuelo– y un grupo de ayudantes. Los más graciosos del
equipo son la oficial de comunicaciones Mrs. Packard, una vieja pesimista
y abúlica, fumadora empedernida, que está siempre pronosticando la
destrucción de la expedición, y el Topo, un enigmático personaje que no
se sabe bien qué es y que en cuanto ve un puñado de tierra ya está
cavando para enterrarse; también agrada la experta en motores Audrey
Ramírez (una latina de labios gruesos que sabe boxear –¿reminiscencias
de Golpe de mujer... ?); los menos simpáticos, los que nos
despiertan una sospecha que se confirmará en la trama, son el comandante
de la expedición y su compañera de armas. Pronto nos daremos cuenta que
buscan algo más que la ciudad perdida.
Al llegar Milo a la Atlántida conoce a la
princesa Kida, una huérfana criada por su abuelo, el rey del imperio. La
princesa Kida es una hermosa animación, que rescata las formas ideales
femeninas; hace soñar a Milo y a los espectadores.
Después lo previsible, y sin embargo agradable,
en este tipo de producciones: cuando la trama empieza a debilitarse por la
ausencia de un malvado (acuérdense de Hitchcock, que creía que debía
haber un personaje verdaderamente malo en una película para que la trama
funcionara), estos aparecen en cantidad, aunque son bienvenidamente
ambiguos. Más irónicos que cínicos; malos, sí, pero no diabólicos. Y
como en tantas historias de Jack London, se producirá el enfrentamiento
entre los malvados que se quedan con el botín.
Las animaciones son planas, con intercalaciones
de planos generales más pictóricos de dibujo fino y completo, que
aprovechan el formato ancho –cinemascope, raramente utilizado en
animación–, trabajados en tercera y segunda dimensión con la técnica
desarrollada para Tarzán. La dirección de arte en general está
muy bien llevada; el diseñador de producción es Mike Mignola, autor de
las tiras de comic Hellboy, que aporta una imagen más estilizada y
enérgica, alejada de la mayor parte de los productos Disney. El trabajo
de voces –tememos que el doblaje reste encanto– es excelente.
Hay momentos en que la acción dramática decae y
otros en que el argumento no parece muy bien trazado, pero esto se siente
porque la propia película, en cuanto respetable trabajo de animación,
reclamaba un poco más.