La mayor parte de los críticos en especial estadounidenses se han ensañado
brutalmente con este film, inspirado en una famosa teleserie de la década del 60. Y no es
para tanto. Por cierto que Las aventuras de Jim West no concretan la mayor parte
de sus promesas: no hay en el film una pizca de Western y la comicidad, excepción hecha
de un par de sonrisas tibias, brilla por su ausencia al cabo de muchos gags. Pero la
película de Barry Sonnenfeld (Hombres de negro, Los locos Addams)
funciona en parte como relato de aventuras.
Todo transcurre durante la segunda
mitad del siglo XIX, con el gobierno del presidente Grant a punto de sucumbir ante las
amenazas de Arliss Loveless (Kenneth Branagh), un inventor psicópata que secuestró a los
más encumbrados científicos del Gran País y tiene aceitados lazos con la milicada
sureña, resentida con los yankees desde la guerra de secesión. La carta en la
manga de Loveless es una gigantesca tarántula de hierro, propulsada a vapor y dotada de
un alto poder de fuego. El presidente, pues, recurre a ese par de agentes federales que
actúan según la consabida fórmula de las buddy movies: parecen odiarse pero
terminarán queriéndose. Y se supone que son opuestos. Jim West (Will Smith) es el
arquetipo del hombre de acción, siempre listo para desenfundar. Y es negro. Artemus
Gordon (Kevin Kline, otra vez simpático) es un señorito inglés de modales inmaculados,
artista del disfraz e inventor eximio.
Como estará imaginando Ud., los
efectos especiales tienen aquí un rol preponderante. Y están muy bien. Retrofuturismo de
por medio, Las aventuras de Jim West ofrecen una alucinante galería de
velocípedos, trenes, aeroplanos y armas de guerra con un pie en el siglo pasado
casi todo funciona a vapor y otro en las profecías elaboradas por el delirio
contemporáneo. La mentada araña de metal no será el mejor vehículo para la topografía
del Oeste, pero no deja de ser gracioso verla surcar el Monument Valley con su torpe masa
de toneladas a cuestas. Al personaje de Branagh le faltan las piernas, pero las suple con
una súper-silla de ruedas tan equipada como el automóvil de Meteoro. Por lo demás, unos
cuantos trucos evocan a Las aventuras del barón Munchausen y numerosas líneas
de diálogo (no sólo la respuesta "West, Jim West") buscan hacer de Will Smith
una suerte de James Bond del lejano Oeste. Y no lo consiguen.
Párrafo aparte merece la presencia de
la mexicana Salma Hayek, que después de tantas cirugías ha quedado convertida en una
muñeca trágica, literal: parece que la hubieran inflado, y de látex. La beldad entra y
sale de la trama sin otro fin que exhibir sus dones y servir de excusa para los chistes
infortunados, dicho está de la dupla protagónica.
Guillermo Ravaschino
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