Bésame o mátame
llegó a los cines de Buenos Aires con cinco años de retraso, casi los
mismos que la película lleva en poder de la distribución local. ¿Por
qué no la lanzaron antes? Seguramente porque estuvieron dudando, sabiendo
que es de esos títulos más candidatos a salir directa –y
exclusivamente– en video. Y sí: un road thriller que no despega
del lote por ningún costado que se le mire.
La rutina de Nikki y Al, joven
pareja protagónica, es vieja y conocida: ella (Frances O'Connor) echa
mano de sus encantos para conquistar a hombres de negocios a los que droga
poco después de introducirlos en el cuarto de algún motel; una vez
"dormida" la víctima, él (Matt Day) entra en escena y la
desvalijan entre ambos. La cosa se pone espesa cuando uno de los
desvalijados, imprevistamente, deja de respirar. Es la primera de muchas
muertes; las demás vendrán en la ruta hacia la que, prontamente, se
lanzan nuestros antihéroes... quienes también se llevan un comprometedor
videotape hallado en la valija del muerto, en el que puede verse a
un tal Zipper Doyle, famoso ex futbolista (americano), practicando la
pedofilia. Obviamente, intentarán chantajearlo con el casete. La
cuestión es que más temprano que tarde tienen a los malos
(pedófilo y cía.) y los buenos (dos policías impertinentes)
pisándoles los talones mientras atraviesan las desérticas carreteras
australianas.
A falta del interés que se extraña
en personajes, diálogos y situaciones, los parajes acaban convirtiéndose
en lo más llamativo de la película. El montaje también es llamativo a
su manera: repleto de cortes que comprimen brevemente el tiempo, haciendo
"saltar" a los personajes de un lado a otro de los ambientes...
sorprendiendo al principio para cansar, hasta hartar, después.
Bésame o mátame
también aglutina elementos contrapuestos de esos que una vidriera de
cambalache, o una película como esta, pueden asociar. Al perfil
psico-delictivo de Nikki, por ejemplo, se lo sugiere vinculado con un
episodio traumático de su infancia. Esta veta "pesada" y
racional (instalada desde el comienzo para volver finalmente sobre ella)
convive con diálogos tarantinescos (ahí están esos policías debatiendo
virtudes y defectos de la panceta –bacon– en profundidad), con
personajes leves e irracionales (todos en general; pero en particular un
"baqueano" que rastrea las huellas de la pareja en fuga...
sentado sobre el capot del auto de los policías), etc. Nada se pega del
todo, ni termina de funcionar.
Antonio Páez
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