Bossa Nova es una comedia romántica "de factura industrial":
técnicamente cuidada, bien hechita, siempre con los pies dentro
del plato de las añejas recetas maduradas en Estados Unidos y aplicadas
en el resto del mundo con el correr de las décadas. Como coproducción entre Brasil y el gran país
del Norte que es, hay que agregarle al plato los consabidos ingredientes
del caso. Que en la ocasión, y por el lado yanqui, pasan por la
protagónica Amy Irving, que allá lejos y hace tiempo fue una cara en Carrie
(Brian de Palma, 1976),
algo después la esposa de Steven Spielberg y mucho más tarde la de Bruno
Barreto, brasileño, director de Doña Flor y sus dos maridos
(1978) y del film que nos ocupa. Amy
es Mary Ann Simpson, una exitosa profesora de inglés en Río de Janeiro,
y algo así como el vértice de las múltiples historias que se entrelazan
en la película.
Algunas de ellas: Pedro
Paulo (el brasileño Antonio Fagundes, que es uno entre tantos "galanes maduros"
pero a la vez un gran actor) se enamora de nuestra profesora a primera vista, poco después de romper con la
que fuera su mujer por siete años. Oportunamente, esta mujer entrará
en crisis con su nueva pareja un chino cuando le descubra vicios
innombrables (como... ¡eructar!) y querrá volver a su antiguo amor.
Nadine, amiga de Mary Ann, sostiene un romance por computadora con un
yanqui que volará a Brasil en viaje de negocios. Acacio, un crack de
fútbol improbable insoportablemente mal actuado y dialogado es otro alumno de Miss
Simpson, al igual que Pedro Paulo, y coquetea con ella, aunque la nueva secretaria de
este último procurará arrancárselo de las manos. Hay unas cuantas
parejas posibles más, que se plantean al comienzo y se consuman y
deshacen a un ritmo más o menos acelerado. Y entre otros personajes
aparece Alberto de Mendoza (el primer "Rafa" de la televisión
argentina), quien hace a un sastre muy compenetrado con su trabajo:
hay que verlo conversando con las telas...
Comedias
románticas industriales han habido de todas clases: buenas, discretas, horribles. Lo que
Ud. querrá saber es: en dicho contexto, ¿adonde ubicamos a esta? Aquí y
allá. Su primera mitad es mayormente espantosa. Por un lado, el latoso
acento de Amy Irving y su endeble presencia sugieren que la actriz
fue metida en la película por una ventana. Por el otro, los planos
generales "en función paisajística" (los morros,
los tranvías, las arenas y las aguas) son tantos y tan impúdicos que invitan a pensar a Bossa
Nova como una producción del ente de
Turismo carioca. Pero el guión no está del todo mal: es enredado
como todos aunque más dinámico y coherente y a su modo, inteligente que la mayoría. Con el
tiempo, y toda vez que el futbolista, Irving y las postales de Rio se lo
permiten, obsequia tres o cuatro momentos de genuino romanticismo.
Guillermo Ravaschino
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