Con sus premios
a la mejor película y al mejor guión en el último festival de Mar del Plata,
la opera prima de Leonardo
Di
Cesare ha transitado muchos festivales internacionales, porque cumple con el
perfil ideal para participar en ellos: se trata de un cuadro de toques
costumbristas para un drama privado derivado de la crisis pública. Hernán es
conductor de un ciclomotor y trabaja en un local de repartos y mensajería en
un barrio suburbano, que ostenta el pretencioso nombre de "Good Life". Sus
aspiraciones en la vida son básicas, normales: una postergada afición al
diseño industrial, las charlas con los compañeros en los tiempos muertos del
(escaso) trabajo, un posible amor. Lo que empieza como una relación de
seducción mutua con la empleada de una estación de servicio deviene un drama
incontrolable cuando la familia de ella –que ha quedado en la calle– invade
su vivienda, arruinándoles
la vida.
Sin caer en el
sentimentalismo ni en los golpes bajos, el film de Di Cesare encuentra el
tono justo para presentar un cuadro de la realidad social argentina, que
atraviesa algunos tópicos como la crisis laboral derivada de la económica,
los mandatos familiares, las frases vacías y los lugares comunes, todos
pintados con una buena dosis de humor negro.
Di Cesare
trabaja los espacios como parte integrante del drama. Espacios suburbanos
anónimos, intercambiables, donde la ciudad se degrada: los espacios que
atraviesa Hernán con su moto evolucionan desde los edificios de
departamentos hacia el centro comercial, deteriorado y contaminado, para
terminar en los asentamientos más marginales. El paisaje decae a medida que
avanza el film, como sucede en el microcosmos en que se ha transformado su
casa.
La película da
lugar a la lectura política, si queremos interpretar la situación impuesta
al protagonista como una relación de opresión y arbitrariedad que él no ha
generado y que tampoco puede manejar. Algunos críticos ofuscados la han
acusado incluso de fascista, por la imagen negativa que presenta de las
clases más castigadas. Esto no es nuevo entre nosotros: también a Julio
Cortázar lo acusaron de gorila cuando en "Casa tomada" –su recuerdo
es inevitable– simbolizó el avance imparable del peronismo. Buena
Vida
Delivery
habla de la crisis actual, de sus consecuencias mediatas, de la solidaridad
y de la estafa social que se vive en nuestro país.
Desde Nacho
Toselli y Moro Anghileri
como los protagonistas, hasta el último extra, el elenco es formidable en
este film que encuentra un lugar ajustado entre el costumbrismo tradicional
y la buena vida del nuevo cine argentino.
Josefina Sartora
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