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EL CAIMAN
(Il Caimano)

Italia-Francia, 2006



Dirigida por Nanni Moretti, con Silvio Orlando, Margherita Buy, Jasmine Trinca, Michele Placido, Giuliano Montaldo, Antonio Luigi Grimaldi, Paolo Sorrentino.



Nanni Moretti presentó El caimán en la competencia oficial del Festival de Cannes del 2006 (regresando a las pantallas después de 5 años –tiempo que dedicó a participar civilmente en la esfera política de su país–, y de La habitación del hijo, que le había permitido alzarse con la Palma de Oro en el mismo festival). Ya lo había estrenado en Italia poco tiempo antes de una elección general en la que acabó siendo derrotado Silvio Berlusconi, esa especie de mandamás, simplote y millonario, alla Menem, que supo dominar la escena italiana durante los últimos 12 años –aunque desde hace más de 30 maneja los hilos de los negocios y los medios–. Decir que la película es sobre semejante personaje es una aseveración certera pero fácil, superficial y reduccionista. El caimán (así apodó el periodista Franco Cordero al ex Primer Ministro) es otro abordaje del tema que siempre obsesionó al director de Caro Diario y Aprile: los afectos. Y los afectos morettianos pasan por la pareja, los hijos, el cine, la sociedad.

Bruno Bonomo (Silvio Orlando) es un productor de algún viejo éxito del cine clase B (por no decir Z) que busca volver al candelero con una película histórica y de gran presupuesto. En el camino el proyecto comienza a diluirse, y frente a un guión que ni siquiera acaba de leer (y que relata el ascenso meteórico y non sancto de un siniestro personajito demasiado parecido a Il Cavaliere) de una escritora y directora debutante, decide, más por azar e intuición que por convencimiento, abocarse a realizar ese sueño. Mientras tanto su vida personal ha entrado en una crisis de pareja sin retorno; por lo pronto, debe aceptar abandonar el hogar que formó con su esposa Paola (Margherita Buy), procurarse tiempo para compartir con sus hijos y soportar la posibilidad cierta y tangible que su ex tiene de rehacer su vida.

Esta sinopsis suena sencilla, así como la resolución visual del film es de un notorio clasicismo, pero es dable mencionar que, a medida que la trama se desarrolla, una gran cantidad de capas visuales y de contenido van confluyendo para hacer de El caimán una película profunda, sentida y universal.

En un mundo derechizado donde las individualidades se aplauden como heroicas y la farandulización de la política va de la mano con la “meritocracia” del dinero en el acceso a los cargos públicos, Moretti apuesta por la construcción de un –otro– mundo donde es imprescindible el trabajo en equipo (el cine), el dolor de aceptar el bien del otro aunque sea lejos de uno, la relación eterna de los lazos filiales y la justicia igualitaria para todos. Y aunque la derecha surja como central en el discurso deconstruido durante todo el film, también la izquierda, aunque indirectamente (siempre ha sabido el director enjuiciarla inteligentemente, y de ello es prueba el resto de su filmografía), recibe cuestionamientos atinados.

Lo que resulta asombroso es ver cómo los géneros –o los tonos y registros– se derivan, se mezclan, se enciman, amalgamándose sin mayores sobresaltos ni costuras evidentes. De la sátira política al típico costumbrismo italiano, del melodrama a la comedia, de la pintura sociológica al desborde circense, del documental a la ficción. Como evidenciando, quizá, que un solo color es insuficiente para reflejar una situación tan compleja, pero a la vez dando cuenta de la imposibilidad de reconstruir el todo; ahí está, como en espejo, la desesperación de uno de los hijos del protagonista al que vemos en varias oportunidades, y no por casualidad, incapaz de hallar la pieza faltante en el juego de los ladrillitos.

Por si hiciera falta demostrarlo las influencias que lo público acaba ejerciendo en lo privado, y viceversa, tejen sus redes para desandar el camino de la anécdota del film. “Doce años nos han hecho lo que somos” parece sugerir Moretti, y a eso apunta sus dardos. Difícilmente un italiano pueda sentirse afuera de semejante entramado de contradicciones (o de los juicios emitidos por boca del productor extranjero que tan bien los caracterizan), pero a la vez y significativamente, para nuestro ahora próximo en Buenos Aires, más de un ciudadano de esta capital bien podría ser llevado a repensar sus elecciones políticas, aunque ya tardíamente.

Bellamente filmada y musicalizada, con un resultado final que denota el trabajo en equipo tanto delante como detrás de cámaras, Moretti se da el lujo de construir algunas escenas tornando a lo complejo y profundo de una simpleza mayúscula, como aquella de la despedida tras la firma del divorcio de Bruno y Paola, cada uno en un auto, o el baile de espaldas de varios estamentos del equipo de filmación, mientras suena una música de aires árabes y se está construyendo el decorado, y por atrás se ve pasar el cartel que habla de la justicia, consiguiendo que una (su) cosmovisión del mundo, que no es ni más ni menos que su ideología, se exprese sutilmente. Para acabar con un the end amargo y oscuro que da pavor.

Con la pena y la sospecha de lo que parece imposible de cambiar y/o arreglar en lo social, con la testarudez y la locura violenta por recuperar lo perdido que se troca en la saudade y el sabor nostalgioso que da aceptar el fin y reconocer lo que se tuvo en lo personal, con los “homenajes” al cine que van del orrore de Bava, Fulci y Argento a Fellini, Miyazaki y Rosi, pasando por el Welles de El ciudadano y la aparición de Giuliano Montaldo (director de Sacco y Vanzetti) y el recuerdo de Gian Maria Volonte, sin dejar de evocar a cineastas actuales como Placido, Virzi, Sorrentino, Garrone... El caimán consigue demostrar que la emoción y el pensamiento pueden ir de la mano.

Párrafo aparte merece este llamado de atención (que de un tiempo a esta parte es un lamento cotidiano para los que amamos el cine): en Buenos Aires esta película ha llegado en DVD con la consiguiente disminución de las salas en las que sale y la pérdida en la calidad de la proyección. Y hablamos de Moretti... ¿se estrenará su próxima? ¿Qué está pasando con los distribuidores y los exhibidores? ¿Qué está pasando con nosotros el público?

Javier Luzi      

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