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CAJA CHINA
(Chinese Box)

Francia-Japón-Estados Unidos, 1997


Dirigida por Wayne Wang, con Jeremy Irons, Gong Li, Maggie Cheung, Michael Hui, Rubén Blades, Jared Harris, Emma Lucia, Noel Rands.



Ciertamente, en los papeles, Wayne Wang parecía el director ideal para filmar un relato de amor y muerte enmarcado en la Hong Kong de fines del siglo XX, a punto de dejar de ser una colonia británica para entrar a formar parte de la China continental: el realizador nacio y vivió en Hong Kong hasta los 18 años, luego de que su familia huyera de la China comunista en l947. "Fui criado como ciudadano de la colonia", ha declarado Wang –a quien bautizaron Wayne en honor del cowboy más famoso de la pantalla, de nombre John–, "y mi porción británica es equivalente a mi costado chino." Está claro, pues, que además de rendir cariñoso homenaje a la ciudad de su infancia y adolescencia, el director de Smoke quería atrapar ese momento de transición, de cambio de identidad, de vértigo e inseguridad. Para lo cual decidió contar las andanzas de un británico, periodista para más datos, en vez de tomar como protagonista a un chino. Un británico integrado, hechizado por la ciudad y enamorado de una china residente en Hong Kong desde hace diez años, al que se le mueve el piso ante los cambios que se avecinan. Y sobre todo, frente al anuncio de que sufre una enfermedad incurable.

Curiosamente, esta película de a ratos fascinante no consigue ensamblar los dos aspectos que le interesan al director: el retrato de la ciudad y el drama del inglés al que se le acaba el lugar de pertenencia y se le va la vida de las manos justo cuando la mujer que amó platónicamente durante años se le entrega sin reservas.

Por un lado, el registro fílmico –con algunas imágenes documentales de video incluidas– de esa ciudad abigarrada, promiscua, febril, en la que se superponen carteles, buscavidas, animales carneados en público, riqueza y pobreza, es alucinante, de un virtuosismo extraordinario. Cosa que no debería sorprender tratándose del cineasta que logró un rendimiento visual de calidad pictórica tan sobresaliente en El club de la buena estrella. Wang consigue entonces un retrato colorido y palpitante de esa ciudad donde la mayoría de los habitantes tratan de sobrevivir momento a momento, con los recusos que fueren.

En medio de ese paisaje urbano, el director y sus prestigiosos autores de argumento y guión –Jean-Claude Carriere, Paul Theroux, etc.– intentan insertar y fusionar la historia de John, el desarraigado, el deshauciado. Y la verdad es que esta zona narrativa sólo funciona de a trechos, parcialmente favorecida por la presencia atractiva y expresiva de Jeremy Irons, un actor que se prende en casi todas con mucho esmero y fina voluntad. También se destaca la bellísima Gong Li, actriz económica de gran sugestión. Pero el relato de amor sin esperanzas carece de suficiente convicción y progresión. Y no lo mejoran las actuaciones de Ruben Blades –como el colega siempre listo para hacer el acompañamiento musical– y de Maggie Cheung. Esta última se cuela frente a los ojos de Irons con su cara maltrecha por las cicatrices de un amor interracial (con un británico compañero de colegio) que no pudo ser. Lo dicho: un film ambivalente, formalmente deslumbrante, que se debilita al tratar de desarrollar narración y personajes.

Moira Soto