Por algún motivo que tal vez se relacione con la economía, claro, Barbet
Schroeder alterna la realización de películas testimoniales y
comprometidas con thrillers o dramas psicológicos dirigidos al
gran público. Después de La virgen de los sicarios, uno de los
grandes estrenos de 2001 referido a la desesperada situación de la
juventud del cartel de Medellín, realizó esta película que pertenece a
la segunda categoría. Cálculo mortal por cierto no quedará en la
memoria de los méritos de Schroeder. Aunque tiene la misma densidad
climática que aquel film, y también trata sobre la juventud perdida,
constituye un dato algo menor en su filmografía.
En cierto modo, la película recuerda un hecho histórico ocurrido en
1924, conocido por el caso Leopold y Loeb: dos estudiantes secundarios
brillantes cometieron un asesinato gratuito para demostrar que el crimen
perfecto es posible si lo planean dos cerebros superiores. Este film
parece un mal recuerdo de La soga o Festín diabólico, la
obra maestra que Hitchcock filmó basada en el mismo hecho real. Aunque
tampoco es una remake, sino una versión moderna de aquel crimen.
El elemento novedoso lo constituye la inclusión de una mujer policía a
cargo de la investigación, interpretada por Sandra Bullock, también
productora ejecutiva. (Esto supone que el film está pensado para su
lucimiento, aunque los resultados no sean brillantes. Bullock ha logrado
un tremendo éxito profesional que no tengo claro a qué se debe: es bella
sin ser una diosa, no es mala actriz pero su registro tampoco es
polifacético.)
La policía deberá demostrar que es tan inteligente como para meterse
en las mentes de los dos jóvenes, a quienes desde el principio intuye
culpables, contra la opinión de sus pares. Con una bien ganada fama de
mujer dura, difícil e implacable, su agresividad no hace más que ocultar
una extrema vulnerabilidad, secuela de un crimen que en el pasado la tuvo
como víctima. El caso servirá para que ella vuelva sobre sus heridas
aún abiertas y pueda superarlas.
Es decir que el film relata por un lado el vínculo de la detective con
el caso, y por otro el complot lúdico de los dos amigos, su crimen y
castigo. Y en este terreno las cosas no se ponen menos densas: la
relación entre los jóvenes está basada en un juego de poder y
manipulación que oscila de uno a otro, ambos son personalidades
exteriormente distintas pero esencialmente complementarias, en un vínculo
donde la homosexualidad está latente. En La soga, se aludía a
ella, pero ese era aún un tema tabú en el cine, y no se comprende por
qué en esta oportunidad tampoco se la explicita. Lejos de profundizar
sobre un crimen de tales características, o sobre una relación tan
compleja como la que une –y separa– a los muchachos, el film pone el
acento en el carácter ejemplificador de la historia: es imposible escapar
de la Justicia. O esta otra moraleja: padres de chicos ricos, vigilen a
sus hijos.
Los jóvenes Michael Pitt (acabamos de verlo en Hedwig y la pulgada
furiosa) y Ray Gosling son buenos actores en ascenso, y transmiten muy
bien el carácter perverso y manipulador de los asesinos, creando un tenso
clima que no consiguen sostener Bullock ni su compañero, el inglés Ben
Chaplin.
Cálculo mortal, está dicho, recuerda alguna película de
Hitchcock. Pero no sólo por haberse inspirado en un mismo hecho original:
en varias ocasiones se recurre a encubiertas citas del maestro ya muy
vistas. Si durante la primera parte del film éste logra despertar el
interés con una sostenida tensión psicológica, hacia la mitad esas
citas se agregan a innumerables tópicos del género que lo reducen a un
futuro video para un domingo de lluvia.
Josefina Sartora