Indudablemente, el 11 de septiembre encontró a Hollywood revisando el
mensaje ideológico de su cine. Esta actitud, que no era privativa de la
industria cinematográfica, buscaba quebrar algunos clisés que parecían
inapelables, tanto en lo que respecta a temas de violencia como al
problema racial particularmente, aspecto que desarrolla Cambio de vida,
título elegido para su distribución en Argentina, y por demás
significativo. Sabemos que después de septiembre las posiciones han
variado, y se ha vuelto a un extremo nacionalismo.
En las cárceles de los Estados Unidos existe la tradición de que
antes de ejecutar a un condenado, los carceleros deben procurar que sus
últimas horas transcurran de la mejor manera posible, simbolizadas por el
Monster’s Ball del título original. La otra tradición es que
los hombres de la familia Grotowski han sido los encargados en una cárcel
sureña de acompañar a los condenados en esas últimas horas, es decir,
son los responsables del "baile" (ball). Pero el más
joven de la dinastía no se siente muy convencido de continuar la
tradición familiar.
En el Sur profundo de los Estados Unidos, los condenados casi siempre
son negros, claro, y los Grotowski siempre han sido racistas. Tampoco en
este aspecto el hijo está dispuesto a sostener la ideología de su padre,
heredada del intolerante abuelo y patriarca. Hank Hank (Billy Bob Thornton)
se encuentra así entre dos conductas opuestas y tendrá un fatal
enfrentamiento con su hijo, el cual desencadenará el cambio de vida del
que hablábamos.
La oportunidad se presenta al establecer una relación con la viuda de
la última víctima que acompañó a morir: una suma de encuentros y
casualidades generan un melodramático romance interracial, aunque ella
tiene la piel casi tan clara como la del hombre. Ambos son personajes que
han atravesado una tragedia, que viven su dolor en soledad y que necesitan
amor, desesperadamente. Un primer encuentro sexual que va de lo más
animal a lo más humano es el punto de inflexión en esas vidas
desesperadas, la (com)puerta que abre sus corazones a una relación que
sabemos será difícil, o casi irresoluble, socialmente.
Con una narración tensa que atrapa al espectador, la película se basa
en las coincidencias, y abunda en paralelismos y encuentros reiterados,
señales de que un destino común une esas dos vidas ineluctablemente.
Pero no les será fácil vivirlo: los personajes están perseguidos por
sus contradicciones, muchas preguntas quedan sin respuesta, y la muerte es
una amenaza ominosa que sobrevuela a la pareja. Si bien hay puntos
argumentales que no cierran, la última escena del film los redime.
La película está muy apoyada en la actuación de sus estrellas.
Ninguno de los protagonistas es un personaje noble, ni simpático, y su
relación con sus hijos es lamentable en ambos casos. Halle Berry se
destaca como una actriz impecable, poseedora de una rica variedad de
matices expresivos, en un film de muchos silencios, o verdades dichas a
medias. Recibió su Oscar por esta actuación, y confieso no recordarla en
sus películas anteriores, algunas realizadas con Spike Lee. El gran Billy
Bob compone un personaje duro, seco, inapelable, (¿demasiado?) cercano al
de El hombre que nunca estuvo. Hank parece haber generado
una máscara imperturbable para esconder sus necesidades afectivas, su
dolor, o su culpa frente a los reiterados suicidios familiares. Su
afición al helado de chocolate parece paliar una depresión sofocante. Si
bien el film realiza un juego permanente de ambigüedades, es inevitable
preguntarse si el protagonista puede trasmutar tan rápida y fácilmente
actitudes radicales ancestrales, olvidar su machismo y racismo y rehacer
su propia vida bajo otros signos. Y no olvidemos que Hank puede ser
símbolo de su país.
Josefina Sartora