El ámbito escolar vuelve a ocupar el centro de una película de Zhang
Yimou. Ayer fue Ni uno menos la que, con resultados desparejos, daba
cuenta de esta nueva etapa en la filmografía del cineasta chino. Una etapa
signada por el probado talento para la puesta en escena y el trabajo con la
cámara, pero también por la aproximación a los mecanismos más gastados
(léase hollywoodianos) del cine occidental. Y, especialmente, por la
enunciación de unos "mensajes" que hacen carne y uña con los
intereses políticos de la casta de canallas que gobierna a China. Pues
bien, El camino a casa profundiza escandalosamente estas aristas.
La historia está narrada en plan de
racconto y arranca en el presente, cuando el hijo pródigo de una familia
humilde regresa a su pueblo natal para sepultar a su papá. Hete que el
finado supo ser maestro de escuela en ese pueblo durante cuatro décadas. Y
en su condición de tal, un hombre muy querido y valorado por los
lugareños. El cadáver de este hombre está en la morgue de la ciudad más
próxima, que no está tan próxima, y la viuda que es obviamente quien
más lo
quiso se emperra en traerlo de vuelta "a casa" según lo que
prescribe una antiquísima tradición: cargando el féretro de a pie.
El presente, mayormente concentrado
sobre el comienzo y el final de la película, gira en torno de esta odisea.
El pasado, que ocupa su largo tramo central, se aboca a reconstruir la
génesis y los primeros tramos del romance entre el maestro y esa mujer que
hoy no deja de llorarlo. La voz en off del exitoso hijo de ambos
oficia de puente entre las épocas. A contramano de lo que es costumbre,
Yimou eligió el blanco y negro (en tono frío) para la actualidad, y los
colores para los luminiosos días de 1958 en que se gestó el amorío. Debe
ser el único dato de El camino a casa que escapa a las convenciones.
Algo más sobre el presente: los
hombres jóvenes se fueron del pueblo por falta de trabajo, y los niños y
los viejos mal podrían cargar el féretro sobre sus espaldas durante todos
esos kilómetros. ¿La solución? Pues contratar varias dotaciones de
"peones" de localidades vecinas, que no conocen al muerto y cuyos
jornales pueden ser cómodamente afrontados por la holgura financiera del
hijo pródigo. Ni él ni su madre tienen objeciones al respecto. Tampoco el
film, por cierto, que no se limita a reivindicar una tradición inmemorial
sino que la vacía de contenido, dejándola en mera
superstición, para asociarla con el poder omnímodo del dinero. Del pasado, la superstición; del presente, el mercado.
¿No es acaso el triste cóctel que rige los destinos de la China
contemporánea?
La escuelita es muy parecida a la de Ni
uno menos (también el pueblo y muchos personajes, lo que hace suponer
que Yimou mató dos pájaros de un tiro, rodándolas en simultáneo), con la
novedad de que a las paredes, en esta ocasión, las engalana un enorme afiche
de... Titanic. Sí, la de James Cameron. Y la música de fondo (y
"de fondo" es un decir, ya que las más de las veces perfora los
tímpanos) es casi idéntica a la que James Horner compuso para la tragedia
del transatlántico. En fin. Otra cosa que llama la atención es el rol que
el film reserva a la mujer. En el pasado luminoso, la novia del maestro
(hermosísima Ziyi Zhang, muy
reminiscente de la ex del director, Gong Li) no parece hacer otra
cosa que amarlo, esperarlo y ocuparse de la casa. No es que la vida de
millones de mujeres chinas no haya sido o siga siendo así. Pero El
camino a casa se regodea infinitamente en esto, cual si aspirase a
patentar el "ideograma": ama de casa-enamorada=mujer. No es
de extrañar que Gong Li se haya cansado de este hombre.
¿Y la buena mano de Yimou? Que
está, está. Se percibe en la sugestiva presencia de lugares, objetos y
eventos que son elevados a la condición de pequeñas y emotivas postales. O
viñetas: "la mañana", "la cocina", "la
nevada", "el rebaño", etc. También en la didáctica (no por
ello menos tocante) exposición de ciertos rituales folklóricos ejecutados
por los vecinos, como la costumbre de invitar a almorzar al maestro cada
día a una casa distinta, durante su primer mes en funciones.
La "política" también
está. Pero claro, entre comillas. De repente, por ejemplo, al maestro se lo
llevan a la capital por se
rumorea "problemas políticos". Esto
sirve primero para que su mujer lo llore (y con ella probablemente el
público, que es arrastrado una y mil veces hacia la lágrima fácil),
después para que lo espere y finalmente para que se reencuentren ambos, ya
que lo traerán de vuelta por el mismo camino por el que se lo habían llevado.
Lo que queda en agua de borrajas son los dichosos problemas políticos. ¿No
hubiera sido más honesto ¡y menos
cobarde!
exponerlos?
En Ni uno menos se veía se
sufría cómo un canal de televisión salvaba a una escuelita del desastre.
Acá es otra institución la que releva graciosamente al Estado de sus
obligaciones para con la educación elemental. Estoy hablando de una colecta
entre los empobrecidos habitantes del pueblito de marras. "Que los que
menos tienen, pongan" sería el mensaje. El perfecto broche para
una realización francamente impúdica, que parece financiada por el
Ministerio de la Destrucción de la Educación China. Que no existe... pero
que lo hay, lo hay. La mejor prueba es esta película.
Guillermo Ravaschino
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