Desde la
apertura de este film didáctico surcoreano se nos propone la oposición
ciudad-naturaleza. Vemos a una madre con su hijo viajando de la urbe a la
montaña en distintos medios de transporte, progresivamente más rústicos e
incómodos. La mujer debe buscar un nuevo trabajo en la ciudad, por lo que
lleva al chico a pasar una temporada con su abuela, que vive sola en un
lugar apartado, y a la que él no conoce. El contraste no podía ser más
grande: el nieto es un niño egoísta y malcriado, perverso, malogrado por la
vida en una ciudad de velocidad y consumo; la abuela es una mujer muy, muy
vieja, ajada por el tiempo y el esfuerzo por sobrevivir en condiciones
durísimas, encorvada en ángulo recto, analfabeta y muda por añadidura. La
actriz –que recuerda a la de Japón– es efectivamente una mujer de la
montaña surcada por las arrugas. Su casa real es la que aparece en el film;
ella nunca había visto cine en su vida y resulta la estrella de esta
película.
Es un acierto
la mudez de la anciana, y que la historia esté narrada casi toda desde el
punto de vista del muchacho. El chico resulta insoportable desde el primer
momento: insulta una y otra vez a la abuela o la ignora groseramente, le
roba, impone sus caprichos hasta donde las circunstancias se lo permiten y
se burla de los otros chicos del lugar. Es obviamente resultado de la
educación dada por esa madre que después de años se acuerda de la suya
propia cuando la necesita, y que no parece hija de esa mujer tan sabia. La
abuela, como la naturaleza, permanece muda, paciente, respetando los ritmos,
a sabiendas de que todos los procesos llevan su tiempo. Nunca reprende al
nieto, porque sabe que la vida se encargará de hacerle pagar las
mezquindades a las que se entrega sin límite. La convivencia se prolonga por
varios meses, durante los cuales él deberá confrontar con dificultades para
la cuales no estaba preparado. En todo ese tiempo, tendrá la oportunidad de
observar la sabiduría de su abuela y la solidaridad de los campesinos.
La directora
no es original ni creo que haya pretendido serlo. Esta historia ya fue
contada muchas veces, y su interés, por demás módico, viene por el lado del
tratamiento del tema: el recurso de conjugar actores no profesionales
locales con un muchachito con obvia experiencia actoral es un factor de
realismo que agrega verosimilitud al film.
Camino a casa
–que busca hacer justicia con la vida en el campo que tantos coreanos han
dejado atrás para instalarse en la ciudad– es un film económico, con
muy pocos diálogos y un objetivo moralista, obvio, que no impide que, al
final, nos quedemos con la sensación de que es muy poco lo que el chico ha
aprendido. Las buenas intenciones y una bella fotografía de la montaña bajo
la lluvia, o de los colores del otoño, no alcanzan a sostener un
largometraje muy limitado.
Hay que
valorar el estreno en Argentina de un film de Corea del Sur, país que vive
un florecimiento del cine similar al nuestro, con una producción de unas 50
películas por año. Pero cabe preguntarse por qué se ha elegido un film como
este, de segundo orden. Tal vez por el enorme éxito comercial que tuvo en su
país de origen, sumado al hecho de que es la primera producción de Corea del
Sur distribuida comercialmente en los Estados Unidos. Mientras tanto,
películas coreanas muy valiosas que merecen estrenarse (como todas las de
Kim Ki-Duk) siguen engrosando la lista de lo que no vemos.
Josefina Sartora
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