El australiano Peter
Weir, director de películas como La última ola, Gallipolli,
Testigo en peligro y The Truman Show, siempre se ha
destacado por retratar con gran precisión una naturaleza casi virgen,
exuberante, y la inserción del hombre en ella. Ver sus films a menudo
equivale a encontrarse con el choque de la civilización con lo agreste, y
Capitán de mar y guerra no es la excepción.
A lo
mencionado anteriormente, Weir suma una apuesta radical por el relato
clásico al que nos tenía acostumbrados el cine estadounidense de los años
dorados (’40 y ‘50), sustituido ahora por un aceleramiento extremo. El film,
que cuenta la historia del capitán “Suertudo” Jack (interpretado por Russell
Crowe), encargado de darle caza con su barco inglés Surprise a un moderno
barco francés, se toma su tiempo para describir a cada uno de los
personajes. Desde un médico progre que vendría a ser como la
conciencia de Jack (encarnando al mismo tiempo el punto de vista del
espectador), hasta el capitán del barco francés, que nunca es visto, pero
establece un duelo de estrategas con el protagonista.
Luego de
un primer duelo desfavorable, el Surprise iniciará una maratónica
persecución que lo llevará al Cabo de Hornos y a las Islas Galápagos, donde,
a través de tormentas y tensos momentos en los que no hay corriente que
impulse al barco, Capitán de mar y guerra permite asomarse al mundo
transparente y al mismo tiempo hermético de los marinos, en los que la fe se
transforma en disciplina, la religión es una excusa para la rebelión contra
la autoridad y las muestras de virilidad ocultan un ansia por la compañía
femenina explicitado en las canciones y las cartas dirigidas a las amadas.
Peter
Weir consigue sacarle provecho a todo: tanto a los recursos económicos y
técnicos hollywoodenses, escenificando espectaculares batallas navales, como
a la expresividad de Rusell Crowe, quien iguala su mejor interpretación
anterior, la de El informante, rodeado de un brillante elenco que
abarca todas las edades.
Inscribiéndose en la corriente de El señor de los anillos y Pacto
de justicia, Capitán de mar y guerra constituye una prueba más de
esta especie de retorno a las fuentes, en especial a aquellas grandes
producciones que supieron conquistar a los espectadores con elementos
sólidos y atrayentes.
Rodrigo Seijas
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