Cerca de la frontera es el primer
largometraje del argentino Rodolfo Durán, quien comenzó a escribirlo en 1990, cuando se
enamoró de Jujuy mientras oficiaba de asistente de Miguel Pereira en el rodaje de La
última siembra, y sintió que su opera prima también debía acontecer allí. Casi
diez años pasaron antes de que pudiera concluirla y estrenarla, pero Durán no cejó.
Más allá de cierta rigidez de primerizo, queda claro el compromiso del cineasta con su
material. Se nota que pensó, escribió, repensó y corrigió varias veces la historia de
Esteban (Claudio Gallardou), un periodista de Buenos Aires que decide exiliarse cuando la
dictadura militar, ofuscada por una nota que publicó en un matutino, le revienta
la casa. Esteban pone rumbo a La Quiaca con la idea de pasar a Bolivia, pero los controles
militares fronterizos lo obligan a recular. Y se refugia en casa de Gabriel (Ulises
Dumont), un cura progresista y afectuoso que lo toma virtualmente en adopción. En ese
pueblito caído del mapa Esteban conocerá a un puñado de almas que le ayudarán a
sobrellevar ese exilio improvisado, incierto, y a otras que se lo complicarán.
El hecho de que el film no revele qué
decía el artículo de la discordia ni las otras notas que escribía Esteban, como así
tampoco cuáles eran sus ideas políticas, refuerza un añejo malentendido en el que el
cine de este país incurre cada vez que revisa los años más aciagos de nuestra historia
reciente. Los perseguidos políticos a los que refleja Esteban, como los muertos y los
desaparecidos, supieron tener convicciones por las que se jugaron hasta el
caracú, arriesgando sus vidas sin pensarlo dos veces. La ignorancia, el conservadurismo o
una timidez inexplicable, por no decir imperdonable, han llevado una y otra vez a nuestros
directores a diluir esa identidad en un mar de personajes "inocentes". Acá, las
ideas y la combatividad de Gabriel, el cura de provincias, están medianamente delineadas.
A las de Esteban se las extraña.
Dumont y Gallardou están bastante bien
en sus papeles. Víctor Laplace y Paula Pourtalé, como el mejor amigo y la ex de Esteban
ahora convertidos en pareja, no escapan a la mentada rigidez que, para el caso, los pone a
recorrer despachos oficiales para rastrear el paradero del protagonista (quien decide no
dar señales de vida en bien de su seguridad). Las caras y los diálogos de estas dos
criaturas aparecen impostados, como si buscaran al personaje principal "de
compromiso", o no del todo convencidos, y algo parecido le sucede al film cada vez
que expone esas escenas. Leonor Manso compone a la madama de un prostíbulo menesteroso
que se erige al pie de los cerros. No es una madama cualquiera, ya que colabora con los
perseguidos confeccionando documentos falsos. Y aunque esto no es del todo creíble, Manso
aporta la suficiente dosis de convicción y encanto como para compensarlo. El conflicto
propiamente dicho viene de la mano de Don Javier (Alberto Benegas), el empresario hotelero
local cuya codicia ilimitada y un poquito subrayada se perfila como
"aliada natural" del régimen.
También hay una guerrillera que viene
de Salta, y no por estar de paso dejará de hacer buenas migas, y algo más, con el
protagonista. Más allá de Mirna Suárez, que da con el perfil del rol, vuelven las
infaustas indeterminaciones políticas. "La cosa está difícil", dice la joven
al llegar, y ya nada más sabremos de su causa. El paisaje, en cambio, dice lo suyo:
ensancha la soledad, pero también la comprensible plenitud que alcanza cada tanto a
Esteban.
Guillermo Ravaschino
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