Pero, tomando una frase futbolera que suelo repetir con mis amigos
cada vez que un resultado nos sorprende –por ejemplo el triste campeonato de
Racing–, "el cine es así, puede pasar cualquier cosa".
No nos olvidemos que fuera del cine Brooks produce Los Simpson. Y
Penny, bueno, parece que finalmente se independizó: hizo una película
humilde, querible y desconectada de los cánones de Hollywood que su hermano
tan bien representa.
La película, basada en una novela autobiográfica, cuenta la vida de
Beverly desde su infancia hasta su madurez como madre. A través de
permanentes flashbacks, la historia de Bev es narrada según la consigna de
que son cuatro o cinco días a lo largo del tiempo los que marcan la vida de
una persona para siempre. De esta manera, recorreremos los infortunios
amorosos, familiares, estudiantiles y laborales de Bev. Porque muy bien a la
chica no le va. Producto del conservadurismo de su padre policía (James
Woods), Bev tiene que encontrarse con los chicos a espaldas de casa, lo que la
lleva a cometer un pequeño desliz: quedar embarazada de un muchacho no muy
lúcido que digamos. Nuevamente por presiones de papá, la pobre Bev debe
abandonar su sueño de ir a estudiar a New York y convertirse en escritora
(talento no le faltaba). En cambio, se casa con la peor boda que yo recuerde
y comienza la crianza de su primer hijo a regañadientes.
Ahora bien, lo más sorprendente del film es el relato sincero de la
relación madre-hijo, mostrando claramente y sin trazos gruesos la
negación de Bev a aceptar su destino. El solo verla fumar con la panza
hinchada a más no poder es un ejemplo de la transgresión que comete
Marshall, que jamás juzga a la protagonista. Los constantes descuidos
maternales de Bev no la transforman en un monstruo, sino que describen la
lucha interna no resuelta de Bev por su independencia.
El relato se mantiene sin fisuras y sorprende el cuidado en el
delineamiento de los personajes, que jamás se alejan de su propia lógica.
Drew Barrymore está perfecta y la acompaña un buen elenco, con Steve Zahn y
Brittany Murphy (esposo y mejor amiga) a la cabeza. Demás está decir que
James Woods cumple con dignidad su pequeño papel.
¿Por qué –se preguntarán– no estamos recomendando este film
calurosamente? Más allá de algunos retratos estereotipados de la
adolescencia y la juventud, lo que aquí resta es la duración.
A ver, cómo decirlo: en manos de un especialista, esta ligera y honesta
comedia dramática hubiera durado, a lo sumo, una hora y cincuenta minutos;
en los garfios de un productor amante de estatuillas doradas, se hubiera
transformado en una épica lucha contra el destino de, con suerte, dos horas
y media de extensión. Imagino a Marshall y Brooks –uno de cada bando, tras
varias discusiones– sacando la cuenta y diciendo: "ma' sí, la hacemo de dos
horas diez, y listo".
Resultado: al film le sobran veinte minutos, dispersos a lo largo del
relato, lo que implica que, dos o tres veces, la platea se distraerá mirando
la hora o estirándose en la butaca.