Chopper es un policial sui generis, moderno si se quiere. Cuenta la
historia del australiano Mark Read, alias Chopper, entre fines de los ’70 y
comienzos de los ’90.Mark es medio asesino, medio psicópata, y no ese
"asesino serial" del que hablan los afiches y los medios. No es tan asesino
porque a la mayor parte de sus víctimas no las termina de matar (algunas
hasta se recuperan); no es serial porque no ha dejado muchas víctimas y,
sobre todo, porque no opera siempre con el mismo patrón delictivo.
El film de Andrew Dominik se aparta de casi todas las convenciones y
tradiciones del género policial. En términos de realización, enbuenahora. Yo
hasta diría que es un director que promete. Con el guión y el montaje no le
ha ido tan bien.
En relación con el primer punto se me ocurre mencionar todos esos efectos
de cámara lenta y rápida. Esos efectos no están solos: Dominik emplea
ritmos, planos y encuadres que evidencian garra, personalidad y originalidad
para resolver visualmente las situaciones.
Vayamos al guión, pero también al montaje, porque en un film como el que
nos ocupa no es posible analizarlos separadamente. El concepto de principio,
desarrollo y fin, que admite excepciones (algunas de ellas geniales, como
las que prohijó Jean-Luc Godard) pero no es el caso, ha quedado en el
camino. El cuento carece de rumbo cierto o, cuanto menos, se resiste
a compartir ese rumbo con el espectador durante mucho tiempo.
Al principio se perfila como un relato de presidio, con tiempos
dramáticos breves (una pelea entre los reos, por ejemplo) transformados en
tiempos formales largos (muchos minutos de proyección). Es la primera, pero
no la última, de las cosas que uno encuentra injustificadas. (Ya que
hablamos de relatos de presidio aprovecho para recomendarles Un hombre
inocente, un film de Peter Yates de 1989 cuya primera mitad sigue siendo
uno de los mejores modelos del rubro.)
Después parece un relato de vida, de la vida de Mark Read. Pero ese
relato de vida no acaba de cerrar. Y apuesto a que no cierra por algo que
tiene que ver con el cartel que, a modo de excusa, y más que excusa de
paraguas, preside el comienzo de la película (hay otro parecido sobre el
final). Allí se dice que Chopper no es una historia real sino una
plagada de licencias.
Pues bien, Chopper no tiene la coherencia ni la verosimilitud de
un relato realista. Vean si no la dureza del protagonista, que será
grande, será fuerte y podrá estar loco, pero parece inmortal, invulnerable,
y eso no es propio de personajes de carne y hueso sino del Capitán
Escarlata. O la insólita ineficacia de unos cuantos que lo quieren matar, y
la pasividad de muchos otros que deberían querer verlo muerto y no mueven un
dedo para lograrlo.
Pero al mismo tiempo, y como si todo lo anterior le provocase culpa, este
largometraje renuncia a desatarse, a divorciarse más llanamente del
concepto de realidad para ganar consistencia por otro lado. Nunca apunta a
la metáfora, por ejemplo. La excepción tal vez sea esa secuencia en la que
el protagonista, en el medio de un pub, saca a relucir su pene erecto
para impresionar a una muchacha (y/o abochornar a su acompañante) con un
desparpajo y una inocencia francamente infantiles. Lo mejor del film, diría
yo, junto al vigoroso y carismático protagonismo de Eric Bana.
Dos cosas más. Los espíritus impresionables deberían abstenerse, ya que
no sólo hay sangre, y mucha, sino generosas, por no decir gratuitas, dosis
de morbo. La otra es evocar a Henry, retrato de un asesino (John
McNaughton, 1986). Ese sí que era un asesino serial. Esa sí que es una gran
película.