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EL COLOR DEL PARAISO
(Rang-e Khoda)

Irán, 1999


Dirigida por Majid Majidi, con Hossein Mahjub, Mohsen Ramezani, Salime Feizi, Farahnaz Safari, Behzad Rafeiey.



Felizmente, ciertos caprichos de distribución y el éxito de algunas películas han logrado que nos familiaricemos con la nueva filmografía iraní, surgida a la sombra de figuras mayores y ya consagradas como maestros: Abbas Kiarostami y Mohsen Makhmalbaf. En el elenco de nuevos realizadores –y realizadoras mujeres, cuyos films están esperando su estreno en Argentina– se destaca Majid Majidi, de quien ya habíamos visto El padre y su anteúltima película, Los hijos del cielo, que oportunamente fuera candidata al Oscar.

Evidentemente Majidi, que es un hombre religioso y dedica sus películas a la gloria de Dios, está atormentado por la figura del padre, como pudimos observar en su primer film. En su última realización, El color del paraíso, vuelve a mostrar a un muchacho perseguido por la sombra del padre tirano. El chico tiene una doble tragedia: Mohammad es ciego, y su padre viudo no lo quiere, lo rechaza por su discapacidad y por la carga que le significa en momentos en que está por formalizar su compromiso matrimonial con una joven de clase social y económica superior a la suya. Dos hijas ya son un problema, pero un hijo ciego es demasiado. Por eso, cuando el chico empieza sus vacaciones en la escuela especial a la que acude en la ciudad, el padre no quiere llevárselo consigo, insiste en vano para que pase allí los tres meses de vacaciones. Sin conseguirlo, el padre emprende el silencioso regreso a la aldea con su hijo, quien allí sí, recibe todo el cariño de las mujeres: sus hermanitas y su abuela, enfrentada con su propio hijo a causa de su egoísmo.

La película habla no sólo del drama familiar, sino también de la relación de un muchacho sensible con la naturaleza y la cultura. Tanto en el jardín de la escuela como en el campo donde juega junto a las mujeres, Mohammad tiene un estrecho vínculo con la vida natural: la banda sonora parece comunicar las percepciones del ciego, pobladas de cantos de pájaros, el viento, el ruido del río, el mar o la tormenta. El chico sabe interpretar las indicaciones que le dan el oído y el tacto, y en una hermosa conjunción entre cultura y naturaleza, lee a esta última como un libro: las piedras, los pétalos de una flor, los granos de una espiga en nada se diferencian para él de las letras del Braille.

Mohammad es esforzado y está ávido de conocimiento. Quiere integrarse a los chicos de su pueblo, concurre a su escuela y allí lee en voz alta, en su libro especial, el mismo texto que sus compañeros. Sin embargo, el padre opta por sacarlo de su medio y enviarlo como aprendiz al taller de un carpintero, ciego como él. Allí comenzará otro aprendizaje.

La película articula una historia dura y dolorosa, de tres generaciones en conflicto, con una visión idílica de la naturaleza, mediante una fotografía en la que abunda la niebla y el abuso de la cámara lenta, utilizada de una manera poco funcional. Con interpretaciones totalmente naturales, el film sin embargo no llega al nivel alcanzado por El padre, por ejemplo. Demasiado morosa por momentos, buscando el esteticismo, la historia decae al final. Como todo el cine iraní, El color del paraíso es para aquellos que pueden apartarse del los productos de consumo masivo (y en este caso, armarse de cierta paciencia también), para ver un cine de otra cultura que ya ha adquirido personalidad propia.

Josefina Sartora     


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