En
La comedia de la vida, como en todos sus trabajos, la cámara de Roy
Andersson, habitualmente estática, toma siempre en plano general a sus
personajes. Momentos absurdos de la cotidianidad capturada por un instante.
Como si de una historieta de Quino se tratase, las viñetas son cáusticas,
críticas, risueñas. Técnica del extrañamiento que logra, sin embargo, la
empatía y la solidaridad. Como espectadores, podemos sonreír levemente,
seguros de sentirnos reflejados en algunas de las situaciones planteadas por
una película que nos habla de un mundo la mayor de las veces inhóspito y
cruel.
El
cine de Andersson escapa a la regla general. Con cuatro largometrajes, un
puñado de cortos y más de cuatrocientos comerciales en su haber, este
realizador sueco se ubica formalmente en las antípodas de su coterráneo
Ingmar Bergman. Si este último basaba su lenguaje en el uso del primer plano
y los rostros de los personajes para expresar sus sentimientos, el primero
construye su mundo como una gran pecera mostrada en gran angular. Muchas
veces gran cantidad de personajes puebla el cuadro, aunque varios de ellos
suelen no participar de la acción. Andersson sólo activa a algunas de
sus criaturas y deja al resto acompañando los acontecimientos con su mirada,
impasibles e inmóviles. Y, si participan, lo hacen para perjudicar al
prójimo o salvar su propio pellejo. Pueden estar golpeando a un inmigrante
salvajemente en la calle sin que nadie de los que están alrededor haga algo
para detener la paliza (escena de Songs From The Second Floor, su
película inmediatamente anterior), o colarse y dejar “pagando” a un pobre
hombre que lo único que quiere es sacar un boleto de tren.
Tragicomedia, como la definiera su propio realizador, en donde la música
cobra un protagonismo relevante, con temas de jazz compuestos por uno de los
ex integrantes del grupo ABBA y otras canciones del repertorio popular,
La comedia de la vida refleja una mirada sombría pero a la vez poética
sobre temas como la soledad, la incomunicación, la angustia y las pequeñas
alegrías de la vida diaria en la sociedad capitalista en que nos toca vivir.
Sergio Zadunaisky
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