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CINEISMORECOMIENDA
CON
ANIMO DE AMAR
(In The Mood For Love)
Hong
Kong, 2000 |
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Dirigida por Wong Kar-wai, con Maggie Cheung, Tony Leung, Rebeca Pan, Lai Chen, Siu Ping
Lam.
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La historia arranca con una mudanza. Hong
Kong, 1962. Dos parejas se instalan en habitaciones alquiladas, una al lado
de la otra. Lo que parece azar se descubrirá un paso más de un extraño
plan que el espectador debe suponer. Ella (Maggie Cheung) es guapa y
elegante, está casada con un hombre de negocios que viaja mucho. El (Tony
Leung) es guapo y elegante, está casado con una mujer muy ocupada. Los
respectivos cónyuges no aparecen en imagen porque han salido de la vida de
los dos protagonistas, que no sabemos si sólo se consuelan, se desean o se
aman. Wong Kar-wai confía en que el poder de sugestión que tienen sus
imágenes ilumine la imaginación del espectador para que éste reconstruya
la película a su gusto y sepa montar el film que más se ajuste a su
mentalidad. Kar-wai, si encuentra un espectador activo, propone una
película fascinante.
Con ánimo de amar supone una revisión estética y narrativa del
melodrama clásico de tantas resonancias en las cinematografías
vanguardistas, con el cine de la incomunicación de Antonioni como referente
de cabecera. Ahondando en esta influencia, Wong presenta unas relaciones
personales teatralizadas por sus personajes, temerosos de caer en el mismo
pecado en que han caído sus respectivos y pérfidos cónyuges. Petenden
jugar a prohibirse la posibilidad de enamorarse porque quieren diferenciarse
a toda costa de aquello que ellos mismos han sufrido, de aquello que los ha
hecho como son. En realidad, enamorarse les supone, por culpa de una férrea
y aleatoria santificación de unas determinadas convicciones sociales, lo
contrario de lo que "debe ser" el amor en cualquier sociedad
desarrollada, enamorarse les conduce inexorablemente hacia la desaprobación
social, hacia la separación.
Wong Kar-wai, director de Chunking Express y Happy Together,
cambia de registro visual, abandona su estética habitual de cámara al
hombro y se alinea con el montaje vivo basado en planos fijos en el que casi
siempre predomina la verticalidad, ofreciendo una estilización que casa
perfectamente con una dirección artística y vestuario tan puntillosos como
lo habrían sido bajo las batutas maestras de estetas como Ophüls o
Sternberg. Kar-wai cambia de vestido a su protagonista en cada secuencia,
juega con la fragmentación metódica del tiempo por medio de un recurso tan
rara vez empleado como es ese vestuario. El director privilegia la estética
sobre una trama que voluntariamente nunca queda resuelta. Wong Kar-wai
acuerda el trato de sus personajes con maquillajes premeditadamente falsos y
exagerados, con peinados fuera de época en su propia época, con luces
deliberadamente embellecedoras e imposibles, con un encuadre siempre desde
el ángulo preciso y perfecto para destacar la belleza y el poder de la
actuación de Maggie Cheung, uno de los grandes valores de la
interpretación contemporánea, con las cámaras lentas y una música que se
reitera para señalar el estado de ánimo de unos personajes prendidos por
los sentimietos que inspira el título original.
La lógica que preside la primera hora de la película comienza a
resquebrajarse en la parte final, investida de una naturaleza religiosa
derivada de la definición del personaje que encarna Tony Leung. El viaje a
Camboya, con visita al templo del Angkor Wat, deja en evidencia la opción
formalista del director a lo largo del resto de la película. Si bien
aquello que acontece en esta peripecia final termina de cerrar el círculo
de la definición de las intenciones del protagónico, la falta de
narración, el interés documental por el templo que refleja el director,
sirve para resaltar la presión de la historia en las primeras tres cuartas
partes de película. Una enigmática mezcla final de tintes católicos en
una colonia oriental visitada por Charles De Gaulle, un templo tan grande y
ruinoso con el que establecer comparaciones.
Las raíces del posmodernismo que insufla vitalidad al cine de Wong se
introducen con descaro en el desarrollo de los medios de comunicación de
masas, del periodismo al que dedica su vida el personaje de Tony Leung. ¿Se
mezclan con este posmodernismo tantas influencias porque se conoce más?
¿Se descubren más influencias, aunque no estén, porque los espectadores
tienen a su alcance mayor cantidad de referentes? ¿Está o lo vemos? Es una
pesada dicotomía entre imagen y realidad que queda explicitada en la trama
de Con ánimo de amar, pero sobre todo en su estética, en su intención
de autor. Sería estéril discutirla aquí: el cine siempre se entiende
de manera diferente por cada espectador. El respeto, como en el cine de Ozu
–el tercer nombre clave en esta película–, y la estética más
respetuosa recorren las imágenes de Con ánimo de amar, con un
aliento de crítica social que puede pasar inadvertido para el que se deje
deslumbrar por la perfección de las imágenes de Wong Kar-wai.
Rubén Corral
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