Hay mucho para escribir acerca
de Confesiones de una mente peligrosa, el film que marca la primera
vez de George Clooney como director. Aunque tal vez lo más importante sea
aclarar, desde ahora, que se trata de un film ambicioso. Y no estoy
señalando un defecto, sino una virtud. Pese a que el mismísimo Clooney
anda comentando por ahí que no es la dirección lo que más le interesa en
este negocio, después de ver su opera prima queda claro que podrá volver a
ponerse tras la cámara
sin temor al ridículo.
Confesiones...
narra la increíble historia (autobiográfica) de Charles Hirsch Barris, aquel
célebre productor televisivo que, durante los años sesenta, innovó las
grillas de programación estadounidenses al mismo tiempo que cometía
asesinatos como agente de la CIA.
“La vida me
sonrió... por un instante”, afirma ni bien comienza el relato un Chuck
Barris resucitado en la Nueva York de 1981. Y es que, al principio, Barris
se divierte coqueteando con el glamour de sus dos mundos. Uno le sirve como
coartada para cumplir discretamente con sus patrióticas misiones, y el otro
le sirve para escapar, cuando lo necesita, de las frustraciones y presiones
de su vida.
Sin
embargo, en algún punto difuso, entre que aprende a matar con sangre fría y
que su fama crece con nombre propio entre los odios y los amores del público
y la industria de la época, todo se sale de control. Barris es arrastrado
por la fuerza centrífuga de la doble vida que él mismo se inventó, y camina
borracho por la cornisa que lo separa de la locura.
Sam
Rockwell (Los ángeles de Charly, Celebrity) es el encargado de
interpretar al personaje principal. Rockwell hace con la actuación lo mismo
que Clooney con la dirección: se tira de cabeza. Se disuelve en su rol. Y el
resultado es un Chuck Barris genial, lleno de matices, de tics, de
expresiones que potencian al máximo lo que hay de cínico y de conmovedor en
el guión escrito por Charlie Kaufman (¿Quieres ser John Malkovich?).
Drew
Barrymore, Julia Roberts y el propio George Clooney encarnan al resto de los
personajes. Barrymore (como Penny) y Roberts (como Patricia) son las mujeres
de Barris, una por cada mundo. En su interpretación, Barrymore no pierde ni
su candor ni su dulzura, pero ya no juega a ser una nena tardía e inocente.
Es la mujer que acompaña a Barris todo el camino, la que lo sufre, y la que
intenta rescatarlo. Roberts, por su parte, aparece más glamorosa y elegante
que nunca: una viuda negra del recontraespionaje. Tremenda.
Clooney se
reservó el papel de Jim Byrd, el agente de la CIA que recluta a Barris y se
convierte en su único contacto. Clooney y Rockwell también trabajaron juntos
en Bienvenidos a Collinwood, film próximo a estrenarse en la
Argentina y que, al igual que Confesiones de una mente peligrosa y
Lejos del Paraíso, cuenta con la producción de Steven Soderbergh.
Como
director –ayudado por la ironía y los golpes de efecto del guión de Kaufman–
Clooney arriesga constantemente en su búsqueda estética. Arriesga (y gana)
al reconstruir los mundos que Barris recorrió, cuando por momentos nos
sumerge en una atmósfera tan pesada y sombría, tan llena de sobretodos
oscuros y callejones desiertos, que logra casi drogarnos y hacernos creer
que la pantalla no es otra cosa que un cómic enorme y en movimiento.
Arriesga y vuelve a ganar al acercarse al documental, intercalando
entrevistas actuales en el relato de la historia. Pero, sobre todo, Clooney
arriesga y gana al reconstruir una época en la cual la Guerra Fría dividía
al mundo entre buenos y malos, y en la que la televisión moderna recién
estaba naciendo.
En este
sentido, el film es casi una experiencia educativa que nos demuestra que no
hay nada nuevo bajo el sol: recrea “The Dating Game” –embrión del
moderno “Cupido” de Much Music–, juego en el que una señorita tiene que
elegir su cita entre tres caballeros a los cuales no puede ver, y que tiene
a Brad Pitt y Matt Damon como tristes perdedores. También aparece “The Gong
Show”, el programa que Barris condujo y que demostró que los Estados Unidos
estaban llenos de americanos dispuestos a hacer el ridículo por cinco
minutos de fama en televisión.
Es verdad
que, por momentos, la película pierde todo sentido del ritmo. Es entonces
cuando lo que era una secuencia atrapante se transforma, de pronto, en una
escena que aburre y estorba. Pero, aun así, vale la pena verla.
Analía Crivello
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