La conspiración
comparte con otras películas norteamericanas la intriga política como
temática. Tramas por el estilo, relacionadas con el presidente de turno,
la Casa Blanca, y todas sus variantes, han sido súper explotadas por
infinidad de films de Hollywood, hasta convertirse en un subgénero. Pero
eso no implica, obviamente, que sean todas iguales, ni todas buenas. El
segundo largometraje de Rod Lurie demuestra sobre todo esto último.
Adornada por la parafernalia de las
merecidas nominaciones al Oscar que obtuvieron dos de sus protagonistas
(se olvidaron de Gary Oldman); y por la novedad de que, esta vez,
la historia se centra en una mujer propuesta para la vicepresidencia de
los Estados Unidos, La conspiración de todas formas no convence.
En la misma línea de tantas otras películas –Todos los hombres del
presidente, Nixon o Colores primarios, por citar algunas–,
se propone como un thriller de suspenso con aspiraciones de profunda
reflexión ideológica, y no llega más que a entretener... aunque de a
ratos. Eso, siempre y cuando se esté advertido de que lo que se verá no
es muy original.
¿Qué esperar entonces de La
conspiración? ¿Buenas actuaciones? Sí, ahí están Joan Allen, como
la candidata a vicepresidente; Jeff Bridges, como el presidente; Gary
Oldman (muy caracterizado, casi irreconocible), como el senador villano.
Los duelos actorales deben ser lo mejor de esta película. Especialmente
los enfrentamientos entre Allen y Oldman, que discuten sus respectivas
posturas políticas, generando los momentos de mayor tensión: él, muy
conservador –y bastante hipócrita, se sabrá luego–; ella, más
liberal –aun a costa de poner en juego su reputación y su candidatura–.
Por este dilema pasa el conflicto
central. Laine Hanson (Allen) debe mantener su posición de no revelar su
vida privada evitando entrar en el juego de Shelly Runyon (Oldman) para
desacreditarla a través de un escándalo sexual. Cualquier semejanza con
la historia norteamericana reciente no es pura coincidencia. Los
principios de esta mujer están por sobre todas las cosas, lo que
significa que ella no hablará del tema, sean o no ciertas las acusaciones
(cosa que se revelará casi al final del film). Se desprenden de aquí las
dos variantes que entreteje Lurie para generar suspenso y hacer avanzar
dramáticamente la trama: la validez de las denuncias y lo que hará ella
para defenderse. El problema es que todas las posibilidades
resultan demasiado previsibles.
A esto se suma el hecho de que el
director, en más de una ocasión, no parece saber dónde ubicar la
cámara, mientras que en otras despliega ampulosos recursos, como largos
planos secuencia carentes de sentido, sin propósito narrativo a la
vista, filmados desde steadicams que siguen a los personajes.
En su afán de realismo (que no se le puede
discutir), La conspiración no escatima muchas otras referencias a
la presidencia de Bill Clinton y a sus propios escándalos sexuales, y
bromea con la caracterización glotona del jefe de Estado (Bridges). La
primera vez, el chiste del presidente que sólo se preocupa por lo que
comerá ese día resulta gracioso. La segunda, la tercera, la cuarta y
todas las que le siguen, ya no. Por último, si la acción a lo largo de
más de dos horas había mantenido cierto interés y había desplegado
algún planteo medianamente interesante, las concesiones finales y los
discursos-clisé con la bandera americana al fondo, terminan por hartar.
Yvonne Yolis
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