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LA CONSPIRACION
(The Contender)

Estados Unidos, 2000


Dirigida por Rod Lurie, con Gary Oldman, Joan Allen, Jeff Bridges, Christian Slater, Sam Elliott, William L. Petersen.



La conspiración comparte con otras películas norteamericanas la intriga política como temática. Tramas por el estilo, relacionadas con el presidente de turno, la Casa Blanca, y todas sus variantes, han sido súper explotadas por infinidad de films de Hollywood, hasta convertirse en un subgénero. Pero eso no implica, obviamente, que sean todas iguales, ni todas buenas. El segundo largometraje de Rod Lurie demuestra sobre todo esto último.

Adornada por la parafernalia de las merecidas nominaciones al Oscar que obtuvieron dos de sus protagonistas (se olvidaron de Gary Oldman); y por la novedad de que, esta vez, la historia se centra en una mujer propuesta para la vicepresidencia de los Estados Unidos, La conspiración de todas formas no convence. En la misma línea de tantas otras películas –Todos los hombres del presidente, Nixon o Colores primarios, por citar algunas–, se propone como un thriller de suspenso con aspiraciones de profunda reflexión ideológica, y no llega más que a entretener... aunque de a ratos. Eso, siempre y cuando se esté advertido de que lo que se verá no es muy original.

¿Qué esperar entonces de La conspiración? ¿Buenas actuaciones? Sí, ahí están Joan Allen, como la candidata a vicepresidente; Jeff Bridges, como el presidente; Gary Oldman (muy caracterizado, casi irreconocible), como el senador villano. Los duelos actorales deben ser lo mejor de esta película. Especialmente los enfrentamientos entre Allen y Oldman, que discuten sus respectivas posturas políticas, generando los momentos de mayor tensión: él, muy conservador –y bastante hipócrita, se sabrá luego–; ella, más liberal –aun a costa de poner en juego su reputación y su candidatura–.

Por este dilema pasa el conflicto central. Laine Hanson (Allen) debe mantener su posición de no revelar su vida privada evitando entrar en el juego de Shelly Runyon (Oldman) para desacreditarla a través de un escándalo sexual. Cualquier semejanza con la historia norteamericana reciente no es pura coincidencia. Los principios de esta mujer están por sobre todas las cosas, lo que significa que ella no hablará del tema, sean o no ciertas las acusaciones (cosa que se revelará casi al final del film). Se desprenden de aquí las dos variantes que entreteje Lurie para generar suspenso y hacer avanzar dramáticamente la trama: la validez de las denuncias y lo que hará ella para defenderse. El problema es que todas las posibilidades resultan demasiado previsibles.

A esto se suma el hecho de que el director, en más de una ocasión, no parece saber dónde ubicar la cámara, mientras que en otras despliega ampulosos recursos, como largos planos secuencia carentes de sentido, sin propósito narrativo a la vista, filmados desde steadicams que siguen a los personajes.

En su afán de realismo (que no se le puede discutir), La conspiración no escatima muchas otras referencias a la presidencia de Bill Clinton y a sus propios escándalos sexuales, y bromea con la caracterización glotona del jefe de Estado (Bridges). La primera vez, el chiste del presidente que sólo se preocupa por lo que comerá ese día resulta gracioso. La segunda, la tercera, la cuarta y todas las que le siguen, ya no. Por último, si la acción a lo largo de más de dos horas había mantenido cierto interés y había desplegado algún planteo medianamente interesante, las concesiones finales y los discursos-clisé con la bandera americana al fondo, terminan por hartar.

Yvonne Yolis     


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