Si supiera que me quedan algunos meses de vida, una energía extraña se
apoderaría de mi. De la anarquía de mi nuevo descubrimiento y el cruce
de mis deseos pospuestos dependerían mis últimas acciones. En el cine
este tópico no es nuevo. Películas de factura y resultados disímiles
como La fuerza del cariño, Mi vida o Y tu mamá también lo
han convertido en motor o desencadenante de las acciones. El excelente
productor (Rocky, Buenos muchachos) y mediocre director
Irwin Winkler lo usará como centro e inicio de Construyendo la vida.
Así, George (Kevin Kline), de reflejos lentos, recién al enterarse de su
cáncer terminal se da cuenta de que además: 1) hace 20 años que odia su
trabajo. 2) tiene un hijo adolescente, Sam (Hayden Christensen). 3) sus
útimos momentos de dicha los tuvo junto a su ex esposa Robin (Kristin
Scott Thomas). Como si semejantes hallazgos fueran poco, también sufre
una suerte de "colmo del arquitecto" que consiste en detestar la
casa en la que habita, que ni siquiera es propia.
Obvio por obvio es obvio: esta ecuación es la que domina cada
centímetro de la película, que no se priva de tocar otros temas como la
homosexualidad, la corrupción de menores, la drogadicción, el
alcoholismo y la alienación laboral con la seriedad y profundidad
propias... de un noticiero televisivo.
Winkler no escatima "recursos cinemátograficos", así entre
comillas, como los flasbacks en digital para subrayar momentos
felices, las cámaras lentas para aclimatar, los zooms hacia la
gestualidad de los actores. Y el sonido; en Construyendo la vida no
hay un solo minuto que transcurra sin música o sonorización explícita.
El repertorio es amplio e incluye desde Marilyn Manson hasta el piar de
las gaviotas, desde melosas melodías hasta auténticos martillazos para
terminar con el arrullo del mar y una voz en off que dice "escuchar,
escuchar...".
Este es el largometraje con más crepúsculos que he visto.
Probablemente el hecho de trabajar junto a un experto en fotografía como
Vilmos Zsigmond motivara a Winkler a incluir imágenes de amaneceres y
puestas de sol en cantidades suficientes como para llenar cuatro
películas. En lo que hace al guión, Mark Andrus se ocupó de amenizar
los clímax con preguntas existenciales del tipo: "¿Cómo uno se
convierte en lo que uno es?", o con sentencias categóricas como:
"El amor no basta".
Construyendo la vida es una película difícil de encasillar en uno
u otro género. Los únicos momentos en que pareciera situarse en la
comedia son las escenas que anima el perro, cuyo nombre no figura en el
elenco. Otras veces parece ser un melodrama, género con el que comparte
su alejamiento de la realidad mediante la exageración, pero carece del
elemento constitutivo del mismo que es, justamente, la pasión.
Si supiera que me quedan pocos meses de vida, entre otras cosas iría
al cine. Pero de ninguna manera elegiría Construyendo la vida sino
–y en esto me influyo Wilker con su fórmula "obvio por obvio"–
El ocaso de una vida. Esa de 1950.
Nicolás Rizzi