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CORAZON DE
CABALLERO
(A Knight's Tale)
USA,
2001 |
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Dirigida por Brian Helgeland, con Heath Ledger, Rufus Sewell,
Shannyn Sossamon, Paul Bettany, Laura Fraser, Mark Addy.
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Tras el reciente estreno de Moulin Rouge, Corazón de caballero
se une a la moda de utilizar de forma presuntamente artística el
anacronismo, todos los anacronismos que pueda reunir bajo la manga ancha que
proporciona la seguridad de contar con un mercado ávido por devorarse a sí
mismo. No obstante, frente al exhibicionismo visual manierista de Baz
Luhrmann (también en su fallida película anterior, Romeo + Julieta),
el oscarizado guionista de L.A. Confidential Brian Helgeland no se
preocupa por que Corazón de caballero tenga una estructura diferente
a la de un telefilm. Confía en el tirón popular del joven
protagonista Heath Ledger y le adhiere una princesita de diseño,
lastimosamente interpretada por una bella actriz llamada Shannyn Sossamon.
Para rellenar las más de dos horas de película le basta con acumular todos
los tópicos posibles. En este sentido, los resultados de la película de
Helgeland y los principios que movían Moulin Rouge no son tan
distintos: que, desde el arranque, el espectador conozca el desenlace de la
película, con una narración lineal y asumiendo (celebrando) que la platea ya
haya visto esa película millones de veces.En este sentido, la operación
de disfrazar ambas películas pasa por ambientarlas en otro tiempo.
Corazón de caballero nos instala en una premeditadamente difusa Edad
Media (para que el guionista pueda diseminar alegremente referencias a
hechos históricos lejanos en espacio y tiempo) cuya sociedad estamental
procura las generosas diferencias de clase que cualquiera conoce. En este
punto, la historia y la Historia comienzan a estorbarse. Helgeland, que
juega con las cartas marcadas y no tiene la menor intención de descontentar
a su público, se olvida de la Historia, se empecina en sus tópicos y entrega
una "lección" que expulsa al espectador de la película. ¿Cuál es el tópico
de esta lección? Ese que dice que "todo se consigue con esfuerzo", el famoso
No pain, no gain. Un mensaje del que estamos hartos por su
reiteración y cuya validez no entraré a juzgar.
El caballero del título es Heath Ledger. Se llama William, es de origen
humilde y siempre ha soñado con ser un caballero. A lo que llega es a
escudero. Socialmente no puede crecer más porque la Revolución Francesa
todavía está muy lejos de estallar. Pese a todo, urde una trampa para
hacerse pasar por su Señor, fallecido en una justa. El fragmento en que
William se rebautiza como Sir Ulrich de Liechtenstein ocupa la mayor parte
del film, que se empeña en convertir las competiciones entre caballeros que
se extendían por Europa central en una suerte de Mundial de Fórmula Uno
jalonado de "grandes premios". Todo esto enmarcado por canciones de Queen,
The Rolling Stones, Thin Lizzy o David Bowie. El propósito obedece al
exclusivo afán de alejar la acción de una época tan concreta como la Edad
Media y hacerla próxima a la audiencia acomodaticia de la actualidad.
Propósito que retoma, una vez más, la querencia por el anacronismo, que me
parece ha dado buenos resultados en más de una ocasión. Y la fidelidad
histórica, reconozcámoslo, no es algo que haga mejor o peor a una película.
Sin embargo, si los principios morales que mueven a los personajes son de
nuestra época, si sus vestuarios (especial atención al de la protagonista),
la música incidental, el afán competitivo, el feminismo, el arribismo y la
meritocracia también lo son... ¿por qué había que situar el film en la Edad
Media? La respuesta es fácil: por la espectacularidad de las justas a
caballo, lanza en ristre y golpes, armaduras, estandartes, caídas de
caballos. En definitiva, fuegos artificiales; hacer que se cuenta algo en
medio de mucho ruido. La ambientación pretendidamente histórica (Helgeland
ha manifestado que quería aferrarse al Medioevo) apenas agrega unos
decibeles al nivel de ruido.
Si Un domingo cualquiera naufragaba en su incapacidad para
empatizar o conmover con sus imágenes ralentizadas o de medio segundo,
Corazón de caballero parece proponer un juego tan absurdo e insustancial
como el que Stone urdía por medio del fútbol americano. Llevarlo a la Edad
Media hace que el ridículo marche in crescendo. Con sólo decirles que
los créditos iniciales muestran al público de una justa coreando el We
will rock you de Queen...
Rubén Corral
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