Cristina
quiere casarse
es una comedia romántica brasileña que tiene poco de lo primero e ignora
cómo crear lo segundo.
Luiz Villaça
–director y guionista– la hace bascular entre el deseo más antiguo que se
supone esencial para la mujer (encontrar un amor, casarse, formar una
familia, etc., etc.) y lo económico como el problema insuperable en
estos tiempos modernos. Lo que no queda claro es si sospecha, acaso, la
distancia que media entre hallar a alguien y asumir como propios,
internalizándolos, los mandatos sociales.
Cristina
(Denise Fraga), una mujer de treinta y pico, carga con una madre gastadora
pero puro corazón y un ex, vago y que sólo sabe pedirle dinero; con un
trabajo temporal y temporario bastante abusivo; con una vida gris y sin
amor. Decide presentarse en una agencia matrimonial y allí conoce al dueño
–quien además oficia de encargado–, Chico (Marco Ricca). Un hombre separado,
con un hijo con el que no sabe relacionarse y una deuda. De eso, de deudas
económicas también sabe bastante nuestra protagonista. Arrastra una con un
banco y otra con un prestamista usurero, y facturas impagas por doquier.
Chico y
Cristina, por pura y evidente necesidad del guión, en un momento dado, deben
revelar sus mentiras: ni ella es una gerente de marketing exitosa y con poco
tiempo para hallar a su media naranja, ni él tiene un matrimonio feliz y
para toda la vida. Y a partir de ese momento se ayudarán más de lo debido
para lo que se supone un simple intercambio comercial. Un joven timidísimo y
de poco manejo con las mujeres será el elegido para llevar a Cristina
al altar... claro que sí, y sólo sí, antes no se interpone lo que es
evidente desde el comienzo: hay dos a quererse, aunque no se animen a
confesárselo.
Algunas ideas
que, aunque ya usadas, no pierden su interés ni su atractivo (cómo se forman
las parejas, los testimonios a cámara de “supuestas” personas reales en
procura de relatar sus sentimientos) se malgastan en la acumulación de
tópicos, citas y homenajes a todas las otras películas del género que
antecedieron a esta y acaban produciendo una mezcolanza que agobia. Eso sí,
todo matizado por una bella y pensadísima banda de sonido.
Tan
sobrecargado de lo económico para salir airoso de la trampa que el mismo
guión le tendió, el film no puede más que echar por tierra, en su último
tramo, lo que construyó con tanto detalle en su comienzo, haciendo trizas
cualquier verosímil y arrastrando a los personajes en un sin ton ni son que
alarga sus penurias y nuestra paciencia. Cristina quiere casarse y nosotros,
que su deseo se cumpla lo más velozmente posible.
Sería
maravilloso que el final feliz todo lo venza pero podríamos detenernos a
pensar si la idea de un amor que se edifica sobre el dolor y la humillación
de un tercero, completamente inocente, es inimputable. Bah, no hay duda
posible. Estos personajes son tan merecedores el uno del otro que cualquier
diferente the end los estaría favoreciendo demasiado; el problema es
que, a esa altura, nosotros perdimos un tiempo irrecuperable.
Javier Luzi
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