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LA CRUZ DEL SUR

Argentina, 2003


Dirigida por Pablo Reyero, con Letizia Lestido, Luciano Suardi, Humberto Tortonese, Mario Paolucci, Silvia Bayle, Oscar Alegre.



En primera instancia uno podría arriesgar que La cruz del sur es un policial negro con algunos toques de melodrama, que se encabalga en una narración trágica dado que toda la historia se teje sobre indicios no demasiado sorpresivos y presenta un final inexorablemente siniestro.

Tres personajes (Javier, Nora –su pareja– y Wendy/Carlos –un travesti hermano del primero–) roban parte de un cargamento de cocaína apenas comenzado el film. El resto será el intento por escapar del maleante dueño de los estupefacientes por un camino que bordea la costa atlántica, lo que imprime a la película el sello de road movie.

En el trayecto se ocultan temporalmente en el balneario El Marquesado, a cargo de los padres de Javier y Wendy, y es aquí donde se desata la compleja relación que vincula a todos los personajes. Pero también, y fundamentalmente, aquí es donde La cruz del sur deja ver qué es lo que realmente se está contando; qué es lo que hay debajo de una superficie aparente.

Paulatinamente la estructura del policial se convierte en un telón de fondo sobre el cual se plasma esta red de personajes atravesados por un conflicto histórico y social que los supera y que no logran comprender plenamente. Nora utiliza el plan del atraco como excusa para salir a la búsqueda de la tumba de su padre, asesinado en la década del ‘70 y enterrado al costado de la ruta que recorren, sin más huellas que una mera cruz. Así, Nora registra en su mapa cada una de las tumbas que van apareciendo al costado del camino en un intento desesperado y, desde ya, destinado al fracaso. Por otro lado, las causas y demás detalles de esta muerte se mantienen en el film como un interrogante, como un blanco que hace eco con la historia del balneario. El Marquesado, por su parte, es una tierra “maldita y podrida” según se expresa Mercedes, madre de Javier, el lugar de sepultura de desaparecidos en la última dictadura militar. Mientras Nora sólo encuentra en el camino cruces, sepulturas sin nombre, ellos encuentran cuerpos, huesos de personas que ignoran y que los hacen partícipes de una tragedia por “haber hecho favores a los militares”.

El Marquesado –que puede describirse como la otra escena que pugna por hacer presencia– y Nora –como personaje bisagra que percibe el desenlace– serán entonces puntos de inflexión en La cruz del sur. O, para decirlo de otro modo, operadores narrativos. Ya no se está hablando de un mero policial, sino de un tema al cual no se puede entrar de lleno sin más. Así, la dictadura ni siquiera es un motivo dentro del film sino una cuestión que se sondea, se bordea para poder acceder a ella. Hablando de otra cosa –el atraco como motivo encerrado en el policial- se culmina hablando de algo que no se puede hablar. La metáfora más fuerte que maneja el film respecto de estos dos niveles que encierra está dada por el hostil contexto que engloba a los personajes. Playas, el mar abierto, el bosque, la noche y las sudestadas dejan entrever que hay algo siniestro detrás de lo aparente, algo que fuerza la superficie.

Es claro que hay diversas modalidades cinematográficas para sondear o explorar los silenciamientos, y de hecho podemos arriesgar que esta es una de las tareas más difíciles que el cine puede abordar. Aquí la dictadura se vuelve difusa, inaccesible y los militares no son más que sujetos a los cuales “se les hizo favores”. Sólo quedan los restos en un doble sentido: los muertos, a los que ya nadie reclama, y las secuelas sociales aquí encarnadas en un grupo de personas destinadas al fracaso dado que no pueden extirpar su pasado. Pasan los años y sólo cambian quienes se ubican en lugares de poder: ahora se trata de un grupo de mafiosos narcotraficantes custodiados y respaldados por la policía.

Pero ya nada, o casi nada, queda por registrar de aquella parte de la historia argentina. De hecho no es casual que el director de este film se haya desenvuelto hasta ahora dentro del género documental (su trabajo más reconocido es sin duda Dársena sur, coproducido por Lita Stantic). ¿A qué se debe entonces la elección de una estructura ficcional para acercarse a un tema de por sí escabroso? Pablo Reyero apuesta al discurso ficcional para reencontrar esos restos de la dictadura. Algo similar, aunque no a simple vista, vemos en Los rubios, tercer largometraje de Albertina Carri, en el que la realizadora opta por hablar sobre los límites entre el documental y la ficción para plantear lo inconmensurable que puede ser intentar adentrarse en una verdad. En La cruz del sur, Reyero habla sobre la herencia social de la dictadura pero encubierta en una estructura del género policial.

En síntesis, el cine funciona en ambos casos como matriz generadora de discursos. Y sin duda este es el mayor acierto del realizador: convertir al film en un estigma de esta fracción de la historia argentina. Pero hacer esto también puede ser el mayor desacierto, porque es inevitable percibir como espectador el sabor amargo que esta empresa provoca y que nos encierra en una sensación de mera melancolía.

La cruz del sur obtuvo el premio al Mejor director joven otorgado por el Instituto Internacional de Cine de los Países Latinos en el Festival de Cannes 2003, y fue exhibida en numerosos festivales internacionales.

Silvina Rival      


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