Desde sus primeros días, el cine cedió a la tentación de hablar de sí
mismo. Del enorme caudal de temas que recorren su historia, hay uno
recurrente: la necesidad del cine de trabajar con la misma materia que lo
compone. La fascinación por la imagen impele a tematizar acerca de la
producción de la imagen misma, y de toda la parafernalia que la rodea. La
magistral película El cameraman, de Buster Keaton, permanece como
una de las fundadoras de este subgénero. Más tarde, Hollywood
reiteraría su actualización del oficio cinematográfico desde distintos
puntos de apoyo: Ocaso de una vida abordó el mundo de las
estrellas en decadencia, y Robert Altman se dedicó a sacar el pellejo a
su propio oficio en Las reglas del juego. El cine europeo tiene
películas emblemáticas de grandes directores, que también hicieron una
puesta en escena de su propio trabajo: Ocho y medio, de Federico
Fellini, La noche americana, de François Truffaut, El estado de
las cosas de Wim Wenders recorrían las tribulaciones de los
directores frente a la situación fílmica.
Cuéntame tu historia
(traducción libérrima local de State
And Main) es una reactualización del tema, en la que vemos cómo en
diversos niveles va conformándose el juego de cajas chinas que constituye
el cine dentro del cine, en clave de parodia. Cabe aclarar que no pretende
estar a la altura de las obras maestras mencionadas, sino ser una
divertida comedia que rinde tributo a los clásicos del género,
especialmente a Preston Sturges, con una mirada crítica hacia el liviano
mundillo del cine actual, soberbio, banal e inescrupuloso.
Un equipo de filmación llega a un
pueblo del noreste de los Estados Unidos en busca de la locación ideal
para su próxima película, y su llegada altera la rutinaria y tranquila
vida de los habitantes del lugar. Por varios días, pueblo y troupe
deberán interactuar, y las vidas de unos y otros se verán modificadas.
Sin llegar al nivel de su actuación
en Fargo, William Macy está correcto en su rol del director
imprudente e improvisado, que deberá vérselas con los problemas
derivados de la filmación. Alec Baldwin compone la parodia de sí mismo:
es la estrella consentida y egocéntrica, un sexópata compulsivo y
pederasta. Su vinculación con una chica del pueblo trae problemas a todo
el equipo, que un productor agresivo y corrupto (David Paymer) tratará de
solucionar. Frente a ellos, Charles Durning es el alcalde seducido por los
brillos de las estrellas, que deberá cuidar los intereses del pueblo y
sus habitantes, quienes todavía creen en el valor de los símbolos, en la
honestidad y la verdad. Hasta que se cruzan con Hollywood. "Esta
película es acerca de la pureza", se repite con no disimulada
ironía.
David Mamet es un autor de teatro
muy inteligente, y no oculta esas dos características. Ganador de un
premio Pulitzer, hoy resulta de gran actualidad su guión para el film Mentiras
que matan, en el que un productor de cine y un agente federal montaban
en estudios una guerra para los noticieros de la TV. Mamet concibe su
última película como una obra para lucimiento del diálogo, con frases
agudas, rápidas y de un humor corrosivo, que suenan tal vez demasiado
elaboradas. El resultado es una comedia muy ajustada, con pocos baches.
La historia enfrenta dos mundos: el
de Hollywood, con su glamour, su falsedad, sus intereses creados y una
facilidad para manejar la corrupción, y el del pueblo, con su inocencia y
su conservadurismo; ambos evocan los arquetipos del conquistador y el
conquistado. Dos personajes servirán como articulación entre estos dos
ámbitos: el guionista sensible (Philip Seymour Hoffman) que cada día
debe adaptar su historia a la realidad del ambiente, y la intelectual del
lugar (Rebecca Pidgeon, esposa y actriz de Mamet), quien lo ayudará en su
tarea. Los viejos son el coro griego que reflexiona sobre las alteraciones
que sufre su cotidianidad pueblerina. Hay alguna vuelta de tuerca, que
muestra que la gente del pueblo posee más rigor que los cineastas a la
hora de la puesta en escena.
Toda la película, como dijimos, es
la caricatura del actual cine de Hollywood, hecho a las apuradas,
improvisadamente, y con una moral por lo menos borrosa. Un ejemplo: el
productor insiste en introducir un producto en la película, lo cual les
reportaría una buena suma, sin importarle que dicho producto sea una
línea de computadoras... y la película transcurra en el siglo XIX. Más
aun: la sátira se vuelve sobre sí misma, porque varias veces el chivo de
Federal Express se repite durante la película que estamos viendo.
Tal vez el inconveniente más grave
del film sea su localismo, que en ambientes extranjeros como el nuestro
conspira contra la comprensión rápida, desde el título mismo.
"Main Street" es el nombre de la calle principal de todo
pequeño pueblo de los Estados Unidos, y en su intersección con State en
la localidad de marras tiene lugar un accidente que será el disparador de
todos los problemas de los personajes. Una vez que estalla el conflicto,
la película se aplasta, y no recupera el regocijo anterior, pero nos
mantiene entretenidos, alejados de los problemas actuales.
Josefina Sartora
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