Quienes hayan leído alguna vez una biografía, sabrán que no existe género
más ameno y encantador. Cabe pensar que las biografías ahorran al lector la
suspensión de la duda de la que habla Coleridge, pero parece injusto y
rebuscado deducir que por esta facilidad nos resultan atractivas; mejor
aceptar de una vez que somos chusmas, y que nos seduce comparar nuestras
vidas con otras. Si la biografía habla de escritores, entonces la emoción es
doble al tratar de descubrir en la realidad rastros de la ficción, y al
repasar biografías de hombres de letras ilustres, nos damos cuenta que
algunos supieron vivir para ser biografiados; tras leer las de Byron, Capote
y Hemingway, por nombrar algunas, el lector encontrará inverosímil que
alguna vez estos señores hayan malgastado su tiempo en escribir una palabra.
Otro cantar es la autobiografía, el confesar que hemos vivido, donde el que
la suscribe elige lo que va a contar y cómo. Sin embargo, en el cine existen
pocas autobiografías confesas, si hay alguna; casi todas fueron confesiones
manipuladas luego por un director. Eduardo Montes Bradley, que ya había
tomado a Borges y a Soriano para sus documentales y que pronto tomará a
Cortázar, en esta cinta presenta un acercamiento a la vida de Osvaldo Bayer,
el periodista, escritor, guionista e historiador argentino cuya obra más
famosa es "La patagonia rebelde".
Bayer es un hombre que vivió para escribir, y que, sin embargo, vivió. El
título del film hace referencia al trabajo de marinero timonel en el que
Bayer se desempeñó a los diecisiete años y que, caminando barbudo y lento
por las orillas del Rhin, confiesa añorar. El film, por suerte, no intenta
comprender o analizar la obra de Bayer; si en algún momento lo hace, es sólo
por medio de la descripción de algún acontecimiento, intercalada con
oportunas imágenes de archivo. Las anécdotas son, cómo no, el plato fuerte
de los fluidos circunloquios de Bayer. Tres son imperdibles: la que se
refiere al encuentro con el Che, la metida de pata de Norman Briski, y el
feliz error de Cortázar.
Mientras dialoga con la cámara, Bayer recorre bosques nevados, orillas y
cementerios, con el leit motiv de una secuencia que termina en un primer
plano del escritor, como interludio entre el relato de los exilios que debió
soportar.
Quizás el mayor mérito de Bradley sea el barajar los años más difíciles
de nuestra historia actual, los obvios en todos los films nacionales, para
repartirlos frescos y vivos, todavía incógnitos e indescifrables, de la mano
de Bayer, a los agradecidos espectadores.