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DANNY THE DOG

Francia-Estados Unidos, 2005


Dirigida por Louis Leterrier, con Jet Li, Morgan Freeman, Bob Hoskins, Kerry Condon, Vincent Regan, Dylan Brown, Tamer Hassan, Michael Jenn.



Es bien sabido el poder que la música ejerce sobre los animales. Cuando no los amansa, los lleva a su completa perdición (si no pregúntenle a cierto flautista famoso). Danny The Dog parece basar su trama en esa idea. De un tiempo a esta parte puede notarse cierta necesidad de filmar películas de acción que, avergonzadas de su vacío, introducen temas supuestamente profundos como para demostrar que "una de golpes y patadas" no es saolamente eso, y que sus hacedores, como su público cautivo, son algo más que una horda de salvajes sedientos de violencia irracional...

Danny (Jet Li) es un hombre que, a sus 30 años, no ha conocido más que el mundo que su amo le ha mostrado. Bart (Bob Hoskins), un usurero prestamista, de poca monta pero grandes ínfulas, lo ha criado como una máquina asesina a su servicio para deshacerse de (o asustar a, según corresponda) aquellos que no entienden quién manda. "Criado" es una forma de decir que incluye un bonito collar, una jaula-celda como hábitat y, Pavlov mediante, el desarrollo del instinto y la anulación de cualquier sentimiento amoroso. Por casuales destinos del guión, Danny se topará con Sam (Morgan Freeman), un afinador de piano, sensible, amante de la música y ciego, que primero lo confundirá con algún temeroso muchacho, para terminar, no mucho después, dándole cobijo en su hogar luego de un trabajito de la pandilla que no termina nada bien.

Sam y su hijastra blanca –hija de un matrimonio amigo ya fallecido y estudiante de piano (Kerry Condon)– serán la imagen de familia por amor que le enseñará a Danny que hay algo más que lo que conoció hasta ahora. Rápidamente comenzará a descubrir su identidad perdida, y cuando Bart lo vuelva a cruzar resistiéndose a perder así nomás a su "mascota" preferida, los dos mundos en disputa harán eclosión.

Claramente la película se divide en dos partes. Una que contiene las peleas sin cuartel, bien coreografiadas (a esta altura ya un clásico), pura adrenalina y sangre a raudales, y la otra que aprovecha el (melo)drama para plantear, además de una suerte de bildungsroman para nuestro protagonista, una atmósfera de qualité con música clásica y conciertos a tono con el estereotipo "alta cultura" que estos productos manejan.

Ciertos toques de humor y momentos de una ternura inesperada (para lo que veníamos viendo) salvan a un guión que más que jugar con lo imposible se construye en base a ello. No deberían extrañar estas mixturas que hibridizan géneros sin demasiada profundidad (en este caso: artes marciales, melo y cine negro). Pastiche posmo que, por otra parte, no sorprende viniendo de la pluma de Luc Besson (Juana de Arco, El quinto elemento), que hace rato se volvió el más hollywoodense de los directores franceses, en tándem con la dirección de Louis Leterrier (El transportador) y el protagónico de una estrella oriental del cine de acción que precisa reinventarse para permanecer en el candelero.

Destacables actuaciones de Hoskins y Condon, y el acostumbrado profesionalismo de Freeman y Jet Li que, además de hacer lo que sabe (peleas increíbles con innúmeros contrincantes), tiene que ponerse sobre sus espaldas un personaje con un pasado secreto y oscuro y hasta llorar más de una vez, saliendo bastante airoso de semejante trance. Interesante banda sonora a cargo de Massive Atack.

No hará mal a nadie, y uno se pregunta si a esta altura del partido no es ésta (así de literal y poco sutil) la única forma de decir algo más, en un cine que se elabora y se consume como chorizos. Pero cuesta tener que aceptarlo.

Javier Luzi      


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