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DESAFIO AL TIEMPO
(Frequency)

Estados Unidos, 2000



Dirigida por Gregory Hoblit, con Dennis Quaid, Jim Caviezel, Andre Braugher, Elizabeth Mitchell.



Desafío al tiempo es una de esas gratas sorpresas que el cine americano de primera línea –y esto incluye a directores, actores y empresas– nos depara de vez en cuando. Tan de vez en cuando que la mayor parte de la crítica suele dejarlas pasar, advertirlas a medias o, como ahora sucede con esta, castigarlas con miopía.

El film de Gregory Hoblit nos asoma a dos historias distanciadas en el tiempo. Ambas transcurren en la barriada neoyorquina de Queens, y hasta en la misma casa. Ambas arrancan un 10 de octubre y se prolongan por unos días. Una está ambientada en 1969 y tiene por protagonista a un bombero valiente y aguerrido llamado Frank Sullivan (Dennis Quaid). La otra ocurre en el '99, y gira en torno de su hijo, John Sullivan (Jim Caviezel, el de La delgada línea roja), un policía de 36 años. Como ya habrán deducido, en la trama del '69 John también está: es un niño de seis años mimado por su padre y madre. Esta última es una anciana joven en el '99, pero el papá de John no forma parte de la historia del presente, ya que murió un par de días después de aquel 10 de octubre del '69, mientras combatía un incendio.

El asunto se empieza a mover cuando el hijo –quien habita la vieja casa familiar– desempolva el equipo de radio con el que su padre se comunicaba antaño. Entre el silencio de la noche y las consabidas "frituras" del éter analógico, a poco de encender el aparato John se topa con el interlocutor menos pensado. Sí: su propio padre. No se trata solamente de la "magia del cine", sino de un raro fenómeno cósmico del que dan cuenta módicos efectos especiales y los noticieros que –en una y otra época– oír se dejan en segundo plano. Se trata de la Aurora Boreal, un accidente solar que ocurrió dos veces en 30 años, y entre cuyas consecuencias figuran estos saltos y yuxtaposiciones en el tiempo. Más allá de la Teoría de las Cuerdas y sus 10 u 11 dimensiones aludidas por algún viejito trasnochado, el film hace con la ciencia lo que corresponde; le abre una puerta, como para que nadie se distraiga con preguntas en torno de la verosimilitud de estos hechos, pero no pierde el tiempo en explicaciones cientificistas (esas que conllevan el riesgo seguro de caer en el ridículo).

De lo que Desafío al tiempo sí se ocupa es de lo que verdaderamente interesa: ahora que establecieron contacto, ¿podrá John evitar que su padre muera (o "vuelva a morir") unas horas después en ese fatídico incendio? Digamos que lo intentará. Pero atención: cada cambio operado sobre el pasado tendrá sus consecuencias, reescribiendo la historia a partir de allí. Si por ejemplo Frank graba un graffiti con el soldador sobre la mesa del living, John, treinta años después –aunque "en vivo y en directo"–, verá cómo una versión envejecida de ese grabado cobra forma bajo sus narices (recordemos que la brecha sólo es temporal; padre e hijo se encuentran en la misma casa, ante la misma mesa). Claro que habrá consecuencias mucho más tremendas, y mucho menos buscadas, que un simple graffiti sobre una mesa.

Es hora de establecer que Desafío al tiempo dista de contentarse con una nueva incursión en tópicos de la ciencia ficción que ya fueron visitados varias veces, y no sólo por largometrajes sino por cortos, episodios televisivos y obras literarias de diverso pelaje. Antes bien, lo que hace el film de Hoblit es combinar la veta cientoficticia con otras que la igualan o superan en espesor. Una de esas vetas es policial: hay un asesino en serie que es un dato del '69 y el '99 (ya que permanece impune), y por lo tanto conecta a ambas épocas. La otra es bien dramática, y hasta sentimental, pero en el buen sentido: exprime lágrimas de las que nadie debería arrepentirse a partir del vínculo de un padre con su hijo. Cada una de estas vertientes, considerada por separado, tiene la inteligencia y el rigor que suele faltarles a la mayor parte de las películas de los respectivos rubros. La emoción del drama está subrayada, y hasta resulta falsa, sobre el final, pero es muy saludable durante el grueso del metraje. Y cabe destacar la buena química entre Quaid, de una ternura y bonhomía virtualmente innatas, y Caviezel, cuya aparente rudeza se ablanda puntual y oportunamente. El policial tiene algo fundamental: coherencia (sí, más allá de nimios goofs, como cuando John y Frank se hablan sin oprimir el correspondiente botón de la radio). La ciencia ficción explora casi todos los recovecos que una situación como esta ofrecía. Y son muchos. Algunos, como la conversación de John consigo mismo, están expuestos con magistral economía: un brillo en la mirada, un breve silencio preliminar, dos palabras –las justas– y a otra cosa. Pero lo mejor no son las cualidades específicas de lo policial, dramático o fantástico, sino la habilidad del guión para imbricar estos filones, de modo que cada uno acreciente el interés, y decididamente la originalidad, de los restantes.

A esta altura del texto no cabe más que lamentar las comparaciones con Volver al futuro (entre tantas otras), que ya empezaron a fluir y van a seguir oyéndose. Porque Desafío al tiempo está muy cerca de las tradiciones opuestas a las de la saga inaugurada por Robert Zemeckis. Me refiero a las que privilegian la especulación intelectual sobre los efectos especiales. A las que prefieren los ambientes íntimos (y escasos) a los decorados despampanantes. A las que optan por la espectacularidad interior en lugar de la del fuego de artificio. Estas son las mejores tradiciones de la Clase B y, en cuanto tales, las de ese hito en la materia que fue "La dimensión desconocida" (The Twilight Zone), una memorable teleserie de Rod Serling muy elogiada pero no tan vista, y mucho menos escuchada, por estos días.

Guillermo Ravaschino      


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