La figura de Jorge Lanata es, desde hace más de una década, algo así como el
prototipo del periodista independiente, quijotesco y dialéctico. Su
inmolación en favor de causas humanitarias y frente a la corrupción es
su carta de presentación y quizás el punto de partida de todas las
comparaciones con Michael Moore. Pero este perfil de
libre-pensador-justiciero no es mérito enteramente propio. Desde el
menemismo en adelante se vio favorecido por un paulatino estancamiento
crítico del medio televisivo que, privatizaciones y negociados mediante,
prefirió evitar problemas y relajarse en las suaves comodidades de la
complacencia, la trivialidad y el oficialismo más llano, que llega al
paroxismo en la actual gestión de Néstor Kirchner. Ante tal demostración de
entrega, la monolítica figura de Lanata ganó adeptos, credibilidad y, para
cumplir con las reglas de toda sedición, sufrió el destierro y la censura
para luego retornar convertido en el ave fénix del periodismo vernáculo.
El poder
mediático de Lanata se define entonces más que nada por oposición. Por el
enfrentamiento entre una opacidad general y un discurso que, sin ser
canónico, al menos rastrea aquellos legados que siguen azotando el presente.
Aquí yace el arma principal de Jorge Lanata como (co)director: en el caudal
de investigación, en el escrutinio de los hechos y la proliferación de
significantes que, como aquella biblioteca de Babel borgeana, remiten a
otros tiempos, a otras personas y a otras causas. El oficio periodístico
demarca este camino investigativo apuntando sus misiles a la búsqueda de
responsables, a las consecuencias y a la resolución interrogativa más que a
posibles soluciones. La propuesta de Deuda, primer film de la dupla
Lanata-Schaer, es consecuente con lo que solía ser Día D o Detrás
de las noticias (ciclos televisivos conducidos por el primero), es decir
un afluente de datos, comparaciones, nombres, lugares y fechas que conducen
al problema y a esclarecer el misterio de su génesis.
La
película retoma el ritmo televisivo fusionándolo con la estructura del
documental periodístico interactivo. Resultado: Jorge Lanata siempre frente
a cámara (cuando no hablándole directamente a ella) y edificando su
documental a partir de entrevistas, reportajes e imágenes de archivo,
animación al estilo Despertando a la vida y ciertas dosis de humor
irónico y acidez manipuladora.
Pero el
problema principal de Deuda no es su progenie televisiva sino su uso
maniqueo del montaje, su didactismo, su tendencia a la ridiculización de las
personas, su búsqueda de comparaciones irrelevantes (como preguntarse si hay
pobres en Washington) y la carencia de una puesta en escena firme que no
haga de simple partenaire del discurso (carencia que se reitera en
muchos documentales nacionales de los últimos años).
Ambos
directores están plenamente convencidos del poder que ejerce la televisión
en su carácter de medio masivo y detonante de denuncias, las permanentes
puestas en abismo así lo atestiguan. Desde ahí arrancan: desde el llanto
televisado de una nena hambrienta en Tucumán que sirvió (si es que vale la
expresión) para poner al gobierno en marcha... por unos pocos días. El punto
de partida funciona como una avalancha que arrastrará sus preguntas desde
Tucumán hasta Washington; desde Punta del Este hasta Davos, Suiza. Durante
toda su extensión la película se reparte entre dichos puntos geográficos
contraponiendo, en un ejercicio pleno de la demagogia y el efectismo más
gruesos, puntos de vista y estilos de vida antagónicos.
Este
viaje hiperbólico convocará a los vecinos de Barbarita (la nena desnutrida)
y a la mismísima Anne Krueger (ex directora del Fondo Monetario
Internacional) en un reportaje que amaga con destino de clímax, un
enfrentamiento que promete knock out y que sin mediaciones se esfuma
entre preguntas retóricas (otro parecido con Mr. Moore) y respuestas
apuradas y esquivas. A esta altura el periodista-director ya repasó la
historia argentina de los últimos treinta años, la multiplicación de la
deuda hasta las cifras astronómicas, el fraude que significa cada gobierno
que pasa, el control de la natalidad en zonas marginadas, el absoluto caos
coyuntural, la eterna ineptitud de los personajes a cargo del Estado y el
perpetuo abismo que separa ambos hemisferios del globo.
Si bien
no esgrime facilismos, Deuda cae en una declamación de espíritu
agnóstico. Encuentra en la excavación de las infamias económicas argentinas
su fortaleza y su naturaleza periodística. A través de la duda permite
ampliar el juicio y las opiniones, pero pierde su impulso en viñetas banales
y comparaciones que no hacen más que minar el rigor del discurso, otro punto
en común con... No, ¡basta de Michael Moore!
Bruno Gargiulo
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