Cuando, dos años
atrás, concluyó la serie “Sex & The City” (con un final que abjuraba de todo
aquello que había proclamado durante seis temporadas de éxito), alguien debe
haber tomado nota: quedaba un mercado –compuesto en su mayor parte de
mujeres– listo para aprovechar, ávido de más historias de mujeres solteras y
glamorosas que, en la Gran Ciudad, tratan de balancear carrera con vida
personal (léase hombres) y amistades. Siempre, claro, estupendamente
vestidas. Porque una parte importante del negocio incluye la exhibición
obscena de ropa, carteras, zapatos, accesorios, y más ropa, más carteras,
más zapatos...
Dirigida por David
Frankel –formado como realizador en dicha serie televisiva–, El diablo
viste a la moda viene a responder a esos requerimientos. Recién salida
de la factoría Disney (El diario de la princesa 1 y 2), Anne Hathaway
es una heroína convenientemente más joven que la última Sarah Jessica
Parker. Aquí interpreta a Andy, una graduada en periodismo que consigue
trabajar como asistente de la directora de la revista de moda más influyente
del mundo. Miranda Priestly (Meryl Streep) es una tirana que aterroriza y
humilla a sus empleados y ordena a Andy tareas ridículas e imposibles. Y si
bien al principio la chica deja en claro ante su novio y amigos que sólo
acepta el trabajo para ganar experiencia, pronto comenzará a verse seducida
por ese mundo pretendidamente superficial, lleno de zapatos de Manolo
Blahnik, carteras de Marc Jacobs y ropa de Chanel.
El argumento
cultiva la duplicidad: por un lado, con un discurso políticamente correcto,
formula una crítica poco imaginativa de la obsesión por la imagen, del culto
a la delgadez, de la obsecuencia y la hipocresía en el trabajo (que, desde
luego, no son privativas del mundo de la moda). Pero esto choca con el
mismísimo objetivo del film que, por otra parte, no deja de ser el de
glorificar la proliferación de los productos de diseñadores y marcas de alta
costura dirigidos a un público masivo. Una proliferación que hace que, en
Tokio, jóvenes de clase media pidan créditos para adquirir carteras de
etiqueta francesa. O que, como en este caso, el nombre de la diseñadora de
vestuario de un largometraje (Patricia Field, también de “Sex &...”) sea tan
importante como el de la protagonista.
Será por eso que
cuando Andy, harta de Miranda y sus manejos, decide alejarse de ese ambiente
y comenzar en otro periódico más acorde con sus intereses, no terminamos de
creerle que esté tan convencida. Eso sí: mientras intercala miradas y
silencios con frases letales y un timing cómico impecable, Meryl
Streep compone a la mejor villana del cine de los últimos tiempos.
María Molteno
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