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EL
DIARIO DE BRIDGET JONES
(Bridget Jones Diary)
Estados
Unidos, 2001 |
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Dirigida por Sharon Maguire, con Renée Zellweger, Colin Firth, Hugh Grant, Jim Broadbent, Gemma Jones, Sally Phillips.
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Bridget Jones es inglesa, tiene 32
años y, a su pesar, sigue soltera. Con la resaca del día de año nuevo
conoce a un hombre con un reno en el jersey, que representa –digámoslo
rápidamente– lo que le conviene. Por otro lado, Jones desea a su jefe,
un hombre que no le conviene y en cuyos brazos caerá rápidamente.
¿Es esta una película sobre esa disyuntiva? Lo intenta. Pero este
dilema, cuya solución intuirá el lector aun sin haber visto la
película, deja rápidamente paso a los gags ingleses más
discutibles de los últimos tiempos. El diario de Bridget Jones,
basada en la exitosa novela de la aquí coguionista Helen Fielding, es,
por las esperanzas que cabía depositar en ella, una de las comedias más
decepcionantes de la temporada.
Reconozco que una de las principales expectativas era volver a
encontrar a Renée Zellweger en un papel cómico. Saber si volvió a ser
tan buena actriz como había demostrado en Nurse Betty (bajo el
comando de Neil LaBute), o a descontrolarse como lo hiciera en Jerry
Maguire o en Irene y yo... y mi otro yo. El resultado corrobora
lo buen director de actores que es LaBute, gusten o no las películas de
este cineasta tan personal hasta en los encargos.
Estamos ante una comedia a la británica de última generación, la de
la Working Title, la que se inició con el éxito de taquilla de Cuatro
bodas y un funeral, y que ya amenaza con fotocopiar unas
constantes de dudosa exportabilidad. Como The Full Monty, una de
las comedias fundacionales –para el gran público– de esta riada de
peliculas, El diario de Bridget Jones procura obtener la
complicidad del espectador por medio de la creación de un personaje
patético al que, en el fondo, se le niegan todos sus objetivos por un
cúmulo de encadenadas (e "inesperadas") desgracias. Con unos
desenlaces que despiden un tufo de moralina importado con las inversiones
estadounidenses en el cine inglés. Esto no ocurre en las comedias más
interesantes de hoy en día (la mencionada Nurse Betty, aún no
estrenada en Argentina, o El gusto de los otros, en las antípodas
la una de la otra, con personajes "patetizables" pero íntegros,
a los que se les confiere un grado de dignidad cuando menos ético) o del
pasado (en Some Like It Hot o Bringing Up Baby, por ejemplo,
también abundan personajes de este tipo).
No se trata de juzgar la "clase de humor" utilizada, sino una
categoría ética que cabría esperar de los guionistas, productores y
directores que acometen con dudosos intereses, vistos los resultados, la
preparación de los personajes y las situaciones en un género que se
apoya, en altísimo grado, en estos puntos. El arrinconamiento de estas
ideas por parte de los cineastas no sólo implica el lavamiento de manos
sino también el abrazo a los clisés, la construcción taylorista
de las escenas, la inanidad de las propuestas, una rutina que conduce al
espectador por la vía de la indiferencia ante personajes unidimensionales
que no son capaces de aportar algo, ni siquiera a sí mismos.
En El diario de Bridget Jones, la víctima de los chistes es la
protagonista. No resulta nada agradable comprobar que, a lo largo de la
película, en los escasos momentos en que el espectador esboza una sonrisa
se debe a que está pensando "¡qué estúpida!". No es
interesante ni para el que lo ve ni para el personaje, que acaba siendo
víctima del regodeo de un equipo de guionistas apoltronado en esa
habilidad de metepatas que adjudicaron a su protagonista-víctima
sin mirar más allá. De Bridget Jones, cuyo diario escuchamos en off,
deberíamos saberlo todo (a no ser que también se oculte cosas a sí
misma allí), y sólo sabemos que trabaja en una oficina, que quiere
adelgazar, dejar de beber, liarse con su jefe aunque no le convenga y
encontrar al hombre que le conviene. Y todos estos puntos se ponen en
escena procediendo a las diferentes maneras de ridiculizar a la
protagonista: con unas bragas altas, disfrazándola, o haciéndola quedar
como un florero al que no se puede confiar ninguna labor (por ejemplo, la
escena de la presentación del libro a la que acude Salman Rushdie).
Con partitura del gran compositor Patrick Doyle (no sé si la llegaron
a interpretar en la película), y con el consentimiento de la directora,
Sharon Maguire (de la que desconozco obra precedente), a la película la
han rebozado de canciones de una generación brit que uno no sabe
si se utiliza con motivo de burla o como banda sonora de una existencia
tan kitsch como la música que acompaña los tropiezos
sistemáticos de Bridget Jones. Tropiezos que son bromas a costa de los
problemas de las clases medias (no hay más que decir que Zellweger tuvo
que engordar para dar el físico) y cuyas intenciones me parecen muy
cuestionables.
Rubén Corral
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