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¡DISPARA!

España-Italia, 1993


Dirigida por Carlos Saura, con Francesca Neri, Antonio Banderas, Walter Vidarte, Lali Ramón, Coque Maya.



Un formidable travelling cenital nos lleva del centro de Madrid hasta los suburbios y allí se detiene, sobre la carpa del circo Wonderland. Así llegamos a los personajes centrales: Anna (Francesca Neri), quien anima un número de rifles, y Marcos (Antonio Banderas), notero de un matutino local. Ella dispara certeramente contra unos globos desde un equino trotante; él ha ido hasta allá para develar el arcano circense en uno de esos escritos que podrían nutrir la contratapa del suplemento Espectáculos de "Clarín". Luego de la función viene la entrevista, al cabo de la cual Marcos queda como enamorado. Un par de visitas más y ella y él se fundirán apasionadamente, al compás de una secuencia digna de la telenovela de las cinco: una escenita-approach (cuando Anna le enseña a disparar en el descampado, con el consabido franeleo al indicarle las posiciones), una emoción compartida (la cena de compromiso marital entre dos miembros del Wonderland), palo y a la bolsa.

Lo peor en estos veinte minutos no es el amor telenovelístico, sino el cóctel de ciertos ingredientes que hacen al saurismo de toda la vida con las vilezas de las coproducciones (esta es ítalo-ibérica y, encima, le cayó a Saura como encargo a partir de un libro escrito con mucha antelación). Había que contratar a una actriz italiana de cara relativamente conocida en España y ahí está la Neri, que había hecho Las edades de Lulú con Bigas Luna. Para esquivar el doblaje la convirtieron en artista italiana de un circo multirracial. Pero su cocoliche se resolvió tan mal que se la preferiría muda: hasta se huele al apuntador que le sopla entre toma y toma los vocablos de la lengua castellana. Había que poner a un gallego internacional y ahí está Banderas actuando de taquito: frío, desganado, altanero, como si los humos hollywoodianos se le hubieran subido a la cabeza, redondea su más floja composición en mucho tiempo. Saura, entretanto, no resiste la tentación del aforismo cirquero, poniendo en la pluma de Marcos unos cuantos párrafos archirremanidos acerca del karma nómade de aquellas gentes. Una vez más, los mecanismos que mejor maneja Saura (tiempos reales/sonido ambiente para exaltar la cotidianidad, bellas canciones para potenciar las instancias sentimentales) naufragan bajo el peso de las cursilerías.

Lo más curioso, volviendo a la trama, es que todo el romance carece de entidad; sólo está allí para abonar la instancia ulterior del film. Hete que Anna es violada por tres atorrantes a la salida de una función. Horas más tarde, escopeta en mano, deja la casa rodante decidida a mandarlos al otro mundo. Y lo hace. Al cabo, la etapa romántica apenas sirvió para dejarle un "costado reivindicable" a la chica –su atadura sentimental con el periodista, que seguirá siendo un ciudadano dentro de la ley–, ahora que empieza a hundirse en el fango de la criminalidad. También fue útil para dejar en carrera a Banderas, que se desvivirá por encontrar a esa muchacha que apenas conoce. El divo, de aquí en más, resaltará como sensato héroe insider, mientras la otra será progresivamente abandonada a su suerte de enceguecida mujer-animal. El planteo es cobarde, pero no termina aquí. A esta altura –coproducción obliga– las canciones pop-flamencas fueron reemplazadas por baladettas en el subrayado sauriano de los momentos "fuertes".

Para seguir huyendo, Anna se ve forzada a liquidar a un par de policías. Gran ocasión para el film (que promedia), ya que la chica se ha puesto definitivamente del otro lado. Un punto de inflexión que podía ser salvador. Pero Saura se apura a dejar en claro que esto no tiene nada que ver con Thelma y Louise. Vuelve a Banderas, que transpira humanismo por cada poro (y desde el gesto hasta los anteojos, evoca rídiculamente a Clark Kent) en su búsqueda de la fémina. El reencuentro transcurre al fin. Ella ha tomado a una modesta familia tipo como rehén en una casa de la campiña (¿era posible imaginar algún evento que la enterrara todavía más?). El se abre paso entre el cordón policial que ya está sumergido en la fase de "ultimátum megafonístico". Crea o reviente: lo primero que hace Marcos al llegar junto a Anna no es abrazarla sino interrogarla: "¿Cómo te encuentras?". Era la pregunta del basta, me voy. Pero me quedé. ¿Cómo cierra el paquete Saura? ¿Hace escapar a la chica, reivindicándola contra todas las previsiones? ¿La hace morir en acción, crucificándola ante la miserable expectación del héroe? ¿Mueren ambos en tiroteo, compartiendo una trinchera que no había sido la de Marcos?

¿O zafa de todo brete haciéndola morir por la propia (digamos, de una hemorragia producida por las violaciones), de modo de castigarla por pecadora, pero sin obligar a Banderas –¡ni obligarse como director!– a jugarse entre ella y los uniformados? Adivinen...

Guillermo Ravaschino