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LA DOBLE VIDA DE WALTER
(The Beaver)

Estados Unidos, 2011


Dirigida y protagonizada por Jodie Foster, con Mel Gibson, Cherry Jones, Anton Yelchin, Riley Thomas Stewart, Zachary Booth.



Cada aparición cinematográfica de Mel Gibson es relevante. Las películas que dirige y las películas en las que actúa pueden ser buenas o malas, pero la intensidad del tipo está fuera de toda duda. Detrás o delante de cámara deja su marca, y esa marca es oscura. Gibson es un perturbado, un violento, un perverso, un atormentado, y eso se nota en lo que hace. Hay algo primitivo en este hombre que comenzó haciendo cine en Australia, acaso capital del cine primitivo, a juzgar por las películas de Peter Weir que una y otra vez vuelven sobre los impulsos subterráneos a la civilización, las sádicas Mad Max de George Miller, la fundacional y recientemente recuperada Wake in Fright, cumbre de la barbarie nihilista filmada por Ted Kotcheff, o las mil y una exploitation filmadas durante los '70 y '80 repasadas por el salvaje documental de montaje que es Not Quite Hollywood.

Jodie Foster, directora de La doble vida de Walter, no está hecha de la misma madera que Gibson, y esta película puede verse como una versión de Jekyll y Hyde en la que directora y actor representan el desdoblamiento de Stevenson entre el bien y el mal, o entre la salud y la enfermedad. Cuando se impone la oscuridad de Gibson en la puesta en escena, la película se asoma a lo siniestro incluso por la vía del humor (negro) y hasta la perversión sexual. Pero en líneas generales triunfa la visión sentimentaloide, tranquilizadora, progresista y civilizada de Foster, claramente manifiesta en un plano conciliador cercano al final de la película en la que su presencia en cuadro responde menos a la identidad de su personaje, esposa del personaje de Gibson, que a la de su función como directora, exhibiéndose maternalmente como aquella que monitorea la curación de sus criaturas.

El título original de La doble vida de Walter es El castor y refiere al títere de mano que el protagonista encuentra tirado en la basura y a través del cual empieza a hablar y consigue, inicialmente, recuperarse de su depresión, ser aceptado nuevamente por su esposa, entablar una relación fluida con su hijo menor, y tomar la iniciativa en su empresa. Así que Walter no tiene doble vida en el sentido de ocultación que suele dársele a la expresión, pues anda siempre en público con el títere, que no se saca nunca de su mano derecha. Lo lleva consigo cuando se baña, cuando trabaja, cuando hace el amor con su mujer, en una secuencia que conforma uno de los tríos más extraños que se hayan filmado desde Max, mon amour, de Nagisa Oshima, en la que Charlotte Rampling era una parisina que introducía a su mono amante en sociedad. Pero esto es Estados Unidos, donde imperan la ley y el orden, y toda desviación de la norma debe ser (auto)castigada, lo que da lugar a un final en el que la compulsión punitiva del argumento, no acompañado por una puesta en escena acorde a su radicalidad, impone la cura drástica y el pronto consuelo a tan organizada amputación.

Marcos Vieytes      


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