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DUPLEX

Estados Unidos, 2003


Dirigida por Danny DeVito, con Ben Stiller, Drew Barrymore, Eileen Essell, Harvey Fierstein, Justin Theroux, James Remar, Robert Wisdom.



Debe haber pocos tipos que aporten una mirada tan negra, ácida y cínica en sus películas como Danny DeVito. Parece que para este enano el mundo siempre puede ser un lugar peor. Sin embargo, al final es posible que se filtre algo de bondad y optimismo, lo que quizá lo emparente un poquitín con Capra, el director de ¡Qué bello es vivir!, esa película donde James Stewart atravesaba una y mil penas para terminar descubriendo por milagro la amistad de todo su pueblo.

Danny se ha dedicado durante unos cuantos años en films como La guerra de los Roses, Tira a mamá del tren o Maten a Smoochy a demoler con paciencia y con saliva todas las instituciones y símbolos del “american way of life” y la burguesía estadounidense: la televisión, la familia, el matrimonio, las madres, etc., etc. Sus personajes son despreciables y al mismo tiempo provocan una extraña e inquietante simpatía.

En Dúplex, su nueva comedia negra, DeVito nos presenta la historia de la pareja compuesta por Alex Rose (Ben Stiller) y su esposa Nancy (Drew Barrymore), quienes encuentran un magnífico dúplex en el que sólo tienen de vecina a la agradable anciana Mrs. Connelly (Eileen Essell), que subalquila el piso de arriba. Pero a medida que pasen los días, esta señora resultará no ser tan simpática, máxime porque se niega terminantemente a irse y dejarles el campo despejado a Nancy y Alex para sus futuros hijos. La verdad de la milanesa es que Mrs. Connelly irá destruyendo la vida de los Rose con pasmosa facilidad y sin intención aparente. Digo aparente porque la octogenaria irradia una maldad cuyo carácter voluntario –o no– es bien difícil de precisar. Lo que sí se puede precisar es que, al lado de ella, los cuatro jinetes del Apocalipsis parecen ángeles de la guarda. Y los Rose se darán cuenta de que el odio y el temor los harán llegar a extremos que nunca soñaron, convirtiéndose en la otra cara de la moneda de la familia Ingalls.

Hay que decir en favor de Dúplex que no le teme a los límites y cuestiona la moral del espectador, quien por momentos se encontrará preguntándose de qué cuernos se está riendo (y reflexionando que debe haber pocas cosas tan humanas como reírse de la desgracia ajena). También hay que mencionar ciertos defectos que quizás están relacionados con esa virtud: al no temer barrera alguna el film varias veces se pasa de rosca e introduce segmentos humorísticos nada sutiles. Además, el guión presenta una vuelta de tuerca que se pretende astuta… pero va a contramano de todo el relato.

Con todo, Dúplex no deja de ser un estreno decente en la pobre cartelera actual. Un DeVito menor, es cierto. Pero que tal vez invite al espectador a explorar la oscura carrera de este petiso, al que le sigue encantando mostrarnos la fealdad y la belleza de este mundo.

Rodrigo Seijas      


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