Siempre he distinguido dos diferentes
tipos de chiste: el humor sin gracia y sin sentido, que para mi gusto
(¿supersocializado?) resulta no sólo cruel sino indigno, ya que está
dirigido a partes menos nobles del ser humano que el cerebro; y por otro
lado, el chiste dirigido a las personas. Con las personas es fácil
resumir esto en la diferencia entre reírse con alguien y reírse de
alguien. Con Evolution, la última película del director checo
Ivan Reitman, habitual cómico sin gracia, me he encontrado ante la
sensación de que si este film pretende provocar la sonrisa o la carcajada
del público lo hace por una vía atípica. Me parece que la película
busca que el público se ría de ella.
Semejante falta de autoestima en el quehacer del director, guionista,
productor, actores y demás integrantes de una inversión económica en
forma de "película" se me presenta como un paso más hacia
abajo en el descenso a los infiernos en que se convierten las multisalas
cada vez que se proyecta alguno de esos éxitos de taquilla con los que
sedar el cerebro. Queda la duda (hasta el final del metraje, cuando se
destapa una solución que no les adelanto) de si resulta lícito, si esto
sigue siendo cine o una campaña publicitaria, o un plan de marketing
aplicado a una película. O una metáfora de algo que se me escapa.
El argumento de Evolution es absolutamente disparatado (lo que,
en principio, no tiene nada de peyorativo). Cae un meteorito en Arizona
(¿dónde iba a caer? ¿En Birmania?) que se destapa como una forma de
vida que evoluciona a un ritmo vertiginoso a causa de las particulares
circunstancias atmosféricas de la Tierra. El cúmulo de inverosimilitudes
(la película es un altar dedicado a ellas) comienza cuando el meteorito,
que forma un gran cráter en el desierto, es descubierto por alguien que
no sólo no sabemos quién es, sino que informa a Harry Block (Orlando
Jones), el ayudante de un profesor de biología (David Duchovny), que se
inscribió en una sociedad geológica por Internet sin saber distinguir
una piedra de un bote.
Por diversas circunstancias, a cada cual más estúpida e inverosímil,
al lugar acaba llegando el ejército y monta un campamento tremendo bajo
las ordenes de un incompetente general que adopta el papel de malo porque
no está en el bando de Duchovny. Que es el bueno, claro. La chica de la
película, para que no falte la dosis necesaria de romance descuidado al
estilo superproducción, está encarnada por Julianne Moore, gran actriz
que da con sus huesos en el suelo una vez tras otra en lo que parece una
alegoría de lo que representa esta película para su carrera. No puedo
hablar de personajes, sino de caricatos, todos excesivos y
descontrolados en su ejecución de un guión destartalado en el que todas
las acciones resultan (uno ya no sabe si deliberadamente) forzadas por la
condición de película de alto presupuesto, víctima de los
técnicos de efectos especiales.
Hay que hablar del guión por lo que de "impeorable" tiene
desde un punto de vista clásico y porque es de aquí de donde parte mi
teoría acerca de que lo que pretende Evolution es que la audiencia
se ría de ella. Este debe ser uno de los pocos casos en los que un guión
se jacta de sus incongruencias. Pondré un ejemplo.
En un principio, la doctora Allison Reed (Moore) se alinea del lado de
los que le pagan, esto es, el ejército. Pero como en el ejército está
el general malo, y ella se ha enamorado del protagonista (razón: lo ha
visto y oído decir –de la manera más grosera que se les ocurrió–
que lo que necesita es una buena sesión de cama), en lugar de buscar un
motivo para explicar el cambio de bando, tras asistir a una discusión
entre los malos y los buenos en la que estos últimos son expulsados del
campamento militar en torno del cráter donde se encuentra el meteorito
evolucionando, siente simpatía por los buenos. Ya está. No hay más
razón. Y se lleva, de paso, una maleta llena de pruebas robadas al
ejército que pasaba por allí.
Evolution es una película a evitar rigurosamente en la que Phil
Tippett (el responsable de efectos visuales) es el único que ha tenido
libertad absoluta para incluir lo que quisiera en el producto. La apertura
que ofrece la teoría de la evolución de Darwin le permite incorporar
todo tipo de marcianitos, pseudo-insectos, homínidos, dinosaurios
voladores y crustáceos imposibles en lo que es la culminación de este
tótem al desprecio al guión cinematográfico que es Evolution.