Al frente de su micrófono, en el interior de un estudio de grabación francés, Pierre
Legendre (también conocido como "el Buñuel de la antropología") parece un
científico loco mientras lee con entusiasmo un trabajo inédito de su autoría. Gerald
Caillat, el otro realizador del film, permanecerá invisible, pues se limitará a comentar
las imágenes captadas por su equipo en la Francia de fin de siglo. Una vez más, las
ideas se anteponen al despliegue técnico. No hay nada excepcional en el registro
audiovisual de este largometraje de 73 minutos: un nacimiento en un hospital, un encuentro
del Papa con sus feligreses en Italia (con algunos comentarios sobre la arquitectura del
lugar en el que se reúnen), una clase de lengua para niñas, una sesión de un curso para
futuras bailarinas, una convención de empresarios con show incluido, un desfile militar,
un transplante de corazón.
Sin embargo, la voz de Legendre sabe agregar a cada
escena comentarios incisivos que convierten a las inocentes imágenes en un caudal de
pensamientos. A través de La fábrica del hombre occidental las acciones
cotidianas se "extrañan" hasta convertirse en misteriosos rituales casi
carentes de sentido. No hay nada anormal en el parto: la enfermera destapa la tráquea del
bebé para que pueda respirar correctamente y le pega hasta que llore. Después le coloca
un gorro en la cabeza, un identificador en el talón y lo deja descansar en el interior de
una incubadora. La voz de Legendre sentencia: "llegamos al mundo en medio de un
teatro tecnológico". Y es cierto, el primer contacto de ese sujeto con el mundo
estuvo signado por cables y aparatos, en una sala aséptica, con decenas de científicos
enmascarados, vestidos de blanco. Y esto es sólo el comienzo.
Los estudios de este jurista, psicólogo y antropólogo han sido encuadrados en el
campo de la "antropología institucional". A Legendre le interesa cómo nos
ubicamos en el mundo gracias al lenguaje; cómo es que el lenguaje nos permite existir. La
"humanización" que operan sobre los hombres las instituciones contemporáneas,
parece decirnos, es tan tierna y práctica como terrible y opresiva. La educación de los
cuerpos (tanto en el desfile militar como en las clases de danza) y de las mentes (en la
clase de primer grado o a través del discurso de un empresario) son efectos del poder.
Gracias a los cuales podemos habitar este mundo... no sin quedar fatalmente pegados a la cultura
dominante.
En el discurso de Caillat/Legendre conviven con inusitada armonía diversas corrientes
del pensamiento europeo del siglo XX: la mirada crítica de Frankfurt, el marxismo
estructuralista, el psicoanálisis de Lacan, los discursos sobre el poder de Foucault, la mirada desde el lenguaje que cultivó Heidegger y, más recientemente, Derrida. El diálogo constante y fluido entre la voz en off y las imágenes (cuya base es
el respeto mutuo) hacen de La fábrica... un documental original, muy valioso.
Hasta ahora lo que teníamos eran algunos discursos audiovisuales cercanos a y bien
recibidos por la academia (como Sin sol, de Chris Marker), discursos
académicos sobre el cine (La imagen tiempo o La imagen movimiento de Gilles
Deleuze) o cine puro resignificado por los claustros (desde la obra de Tarkovski por la
vertiente crítica hasta las producciones hollywoodenses por la semiótica). Sin embargo,
eran contadas las ocasiones en las que la academia en su versión más lúcida
y el documental tomando distancia de lo periodístico, lo sensacionalista y lo
meramente descriptivo se habían dado la mano para potenciarse. Pocas veces ese
encuentro fue tan feliz como en el film-ensayo que la distribuidora argentina Cine Ojo
estrenó en el Cosmos.
Máximo Eseverri
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