De La
lista de Schindler para acá, ya son tres las películas sobre el
Holocausto que ganaron el Oscar en menos de quince años: La vida es bella,
El pianista y, en esta última entrega, Los falsificadores. Más
allá de si fueron justas o no aquellas estatuillas, lo que tal vez deja en
claro esto es que el Holocausto es un tema de tanta delicadeza, y que
implica tanto respeto, que muchas veces atenta contra toda distancia
critica. Nadie puede discutir la calidad de La lista de Schindler,
una de las obras maestras de Steven Spielberg; pero la de Roberto Benigni es
una película canalla, El pianista no esta ni por asomo entre lo mejor
de Polanski, y la película que aquí nos convoca, sin dejar de ser correcta,
probablemente permanezca en la memoria de los espectadores por muy poco
tiempo. Es cierto, hubo otras que trataron el tema y que no lograron lauros
ni trascendencia. Allí están El noveno día de Volker Schlöndorff, la
inédita The Grey Zone dirigida por el actor Tim Blake Nelson, o
telefilms como Insurrección de Jon Avnet. Pero también es cierto que
varias de aquellas que apenas despegaron de la medianía y de lo televisivo,
lograron ser sobrevaloradas por público, premios y buena parte de la
critica. Digámoslo, el Holocausto, como otros temas de símil importancia, ha
sabido ser una ayudita para que algunos realizadores consiguieran lo
que no hubiesen conseguido de ninguna otra manera. ¿Acaso la Academia se
hubiese amigado alguna vez con Polanski de no ser por esto? O fíjense como
le fue a Benigni cuando quiso repetir la formula de La vida es bella
pero mudándose de contexto a Irak en ese esperpento titulado El tigre y
la nieve. O mejor, alquilen en video Anatomia y vean en que
andaba antes el director de Los falsificadores.
Ya que estábamos
con El pianista, digamos que lo que cuenta Los falsificadores
es muy parecido: la historia de judíos que sobrevivieron a los campos de
concentración nazis gracias a un virtuoso desempeño de sus oficios. De
hecho, el “tagline” de la de Roman es “Music was his pasión.
Survival was his masterpiece” y el de la de Stefan Ruzowitzky es “It takes a
clever man to make money, it takes a genious to stay alive”.
Con la gran
diferencia de que allí donde Polanski decidía narrar con una mirada distante
y fría, Ruzowitsky opta por una mirada que nos coloca dentro del infierno
mismo de la guerra. Su cámara sigue e imita gran parte del tiempo el punto
de vista de los protagonistas en los claustros de Auschwitz y Sachsenhausen
y registra las miserias de estos lugares siempre desde lo que pueden
capturar los ojos de sus criaturas, nunca reencuadrando de forma abyecta.
Por eso todas las desgracias de los campos que se pueden percibir son las
que pueden percibir también los personajes, y muchas de estas suceden fuera
de cuadro. Como en una de las mejores escenas de la película, en la que los
protagonistas oyen como ejecutan a un prisionero a través de una pared. Otra
diferencia es que, mientras El Pianista se reducía a una historia de
supervivencia, Los falsificadores pone en el centro otro tema: la
dignidad humana. Sorowitsch y su grupo de colegas se debaten entre obedecer
las ordenes nazis fabricando dinero apócrifo y contradecirlas, evitando así
seguir financiando la guerra. Y es tal vez en esta ambiguedad que propone
donde la película pierde bastante. Sorowitsch es un falsificador, un
delincuente, y si bien tanto él como el resto de sus compañeros (la mayoría
no criminales) nunca son condenados por esto, el director tampoco se
“arriesga” a ponerse de lleno del lado de ellos. Razones por las cuales el
film no logra una total empatia entre el espectador y los personajes y, por
lo tanto, termina así perdiendo una buena carga de intensidad dramática.
Esto se ve reflejado en la puesta en escena: hay más de un momento en que la
cámara abandonará el punto de vista de los prisioneros para adoptar el de
los soldados nazis, como así también para ubicarse en lugares neutros (en
algunos casos, casi como increpando a sus protagonistas). ¿Acaso un
delincuente como Sorowitsch no tenía el mismo derecho a vivir que cualquiera
de los otros? ¿Acaso les quedaba otra opción a estos personajes más que
seguir falsificando? ¿Acaso el director o nosotros mismos no hubiésemos
hecho lo mismo en la situación que les tocó vivir?
Es por eso que, más allá de su corrección, Los falsificadores nunca
se alza como una buena película de género (algo que también hubiera podido
ser sin dejar de ser lo otro: una película respetuosa con el Holocausto y
sus victimas). En Los falsificadores casi no hay tensión, aunque la
muerte parezca inminente en cada tramo de la historia, porque no se nos
involucra enteramente con los personajes, y porque no está lograda desde la
puesta en escena. Así es que se pierde ser una buena película de suspenso
como lo fue, por ejemplo, Infierno 17 de Billy Wilder con sus
soldados prisioneros a merced del monstruo nazi. Y tratándose de un film
sobre falsificadores, también desaprovecha la posibilidad de pronuncirse
sobre el propio cine como falsificación misma (algo explorado por Orson
Welles y algunos otros). En cambio, Stefan Ruzowitsky decide evitar riesgos
y acudir al refugio de lugares seguros: lo verídico, lo ambiguo, el tema
importante.
Juan Schmidt
|